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((**Es4.348**) Cumplía escrupulosamente las órdenes del Superior Eclesiástico Diocesano referentes al culto. En las grandes solemnidades no quería que se llamaran músicos del teatro o de poca piedad, porque no sabían guardar la debida compostura y perdían el respeto a la presencia real de Jesucristo. El visitaba todas las iglesias ante las cuales pasaba, aún en aquellos lugares donde se encontraba con una a cada paso, y, estando enfermo, se le vio santiguarse frecuentemente y volverse hacia la iglesia en acto de adoración. Recomendaba a los sacerdotes que ((**It4.451**)) fueran a recitar el breviario ante el Santísimo Sacramento. Le afligía el pensamiento de que Jesús fuese poco honrado en muchas partes de la tierra, y animaba a las personas caritativas y piadosas para proveer de ornamentos y vasos sagrados a las iglesias pobres y a las capillas de las lejanas misiones y para ayudar a su construcción y conservación. No recordamos haberle visto nunca sentado en la iglesia, salvo para escuchar los sermones. No se veía la menor afectación en su porte. Siempre de rodillas, el cuerpo inmóvil, derecho, con las manos juntas sobre el reclinatorio o sobre el pecho, la cabeza ligeramente inclinada, la mirada fija, el rostro sonriente. Ni el menor rumor a su alrededor le distraía. El que estaba a su lado se veía obligado a rezar bien como él. En su rostro se reflejaban la fe y la caridad ante la presencia del Divino Salvador. El estudio de la música en el Oratorio estaba al servicio de la iglesia; a veces, el mismo don Bosco enseñaba un cántico aún cuando hubiese otros a quienes encomendar aquel trabajo. Para animar a esta enseñanza, se resolvió a pedir a Pío IX indulgencias especiales en favor de maestros y alumnos, y tenía una gran alegría cuando los muchachos interpretaban bien el canto gregoriano. En efecto, daba la máxima importancia a todas las solemnidades religiosas. No dejó de celebrar la misa de Nochebuena él mismo, hasta los últimos años de su vida, y excitaba a todos a la más viva devoción la alegría que se transparentaba en su rostro. Durante la semana santa celebraba también todas las funciones prescritas para la mañana y los oficios de las tinieblas por la tarde, con tal recogimiento que conmovía a los asistentes. Pero antes explicaba con gran complacencia a sus muchachos todas aquellas admirables ceremonias. ((**It4.452**)) Nos hablaba de ello Juan Villa, que le oyó en 1855. La bendición de las candelas, de la garganta, de la ceniza y de los ramos y palmas nunca las omitía. Había establecido que hubiera en el Oratorio cada año tres días para la exposición de las Cuarenta Horas, y que un grupo de artesanos y de estudiantes, con sacerdotes y clérigos, (**Es4.348**))
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