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((**Es4.297**) de aquellos señores, y todos estaban por don Bosco. Don Rodrigo andaba enojado por ello al ver su fracaso, y don Bosco para desinflar sus artificios aumentó las atracciones con juegos nuevos y divertidos. Como quiera que el patio no era lo suficientemente ancho para nuestras maniobras y las partidas de bochas, salíamos a jugar y a hacer los ejercicios militares en el campo vecino, donde ahora está la iglesia de María Auxiliadora. Muchas veces, para dar mayor desahogo a nuestro batallón, llegábamos hasta los prados del barrio de San Donato, siempre a través del campo, lo que resultaba un paseo militar. Al llegar allí, iba yo a comprar dos grandes cestos de fruta con el dinero que me había dado don Bosco para este fin y la distribuía entre todos mis soldados. La gimnasia y las carreras estaban a la orden del día. A menudo invitaba también a correr a don Bosco, el cual aceptaba y, lo que dejaba a todos estupefactos era que, casi siempre, alcanzaba el premio señalado para el que llegase primero a la meta>>. Don Bosco, entretanto, con su férrea voluntad, se había rehecho del todo proveyéndose de nuevos catequistas, tanto más cuanto que una parte de los sucesos había tenido lugar a principios de la instrucción cuaresmal. La Cuaresma había comenzado el 25 de febrero y terminaba con la Pascua el 11 de abril, y no podía él distraer el personal del Oratorio de San Luis, ni el del Santo Angel Custodio, donde se reunía cerca de ((**It4.384**)) un millar de chiquillos, a los que además se les daba un poco de clase. De los antiguos catequistas de Valdocco no le había quedado más que un jovencito de catorce años, Juan Francesia, que todavía vivía con sus padres. Entonces añadió a éste a Juan Cagliero y otros internos de su tiempo y a algún clérigo, todos ellos siempre prontos a seguir sus indicaciones. Puede decirse que eran unos muchachos; sin embargo, cada uno de ellos atendía a una clase de veinte o veinticinco granujillas y todos se esforzaban por cumplir su oficio. Así que, aunque alguno de los alumnos era mayor que su catequista, a ninguno se le pasaba por las mientes querer molestar. Además, don Bosco daba vueltas vigilándolo todo. Había ordenado se enseñase el catecismo al pie de la letra, haciendo de vez en cuando certámenes públicos y distribuyendo pequeños premios. Los nuevos catequistas, con desenvoltura y prudencia superiores a su edad, asistían durante los días festivos a los externos mientras se preparaban para confesarse, durante la santa misa y la plática (que se hacía a continuación), las funciones de la tarde y durante los recreos. Frecuentemente se encargaban de repartir el pan a los externos, sobre todo si habían comulgado, ya que (**Es4.297**))
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