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((**Es4.243**) nunca me había negado nada, cedió a mis repetidas instancias y me contó que un joven (y me dijo el nombre) le había insultado de tal forma que le había disgustado mucho. >>-Pero a mí, añadió, no me importa; lo que me duele es que ese imprudente se encuentre en el camino de la perdición. >>Estas palabras hirieron gravemente mi corazón y me preparé inmediatamente para pedir explicaciones a aquel joven y hacerle tragar sus insolencias. Pero don Bosco, que ((**It4.312**)) advirtió mi airado movimiento, me detuvo y sonriendo me dijo: >>-Tú quieres castigar al que ha ofendido a don Bosco y tienes razón; pero nos vengaremos juntos; >>te gusta así? >>-Sí, le respondí. >>Pero la indignación del momento no me dejó entrever que don Bosco entendía vengarse con el perdón. En efecto, me invitó a rezar con él por el ofensor, y creo que él rezó también por mí, puesto que experimenté un repentino cambio de ideas, y mi indignación contra el compañero se cambió en amor al extremo de que, de haber estado allí presente, hasta le hubiera abrazado. >>Al terminar la oración, conté a don Bosco la mudanza de mi interior y él me dijo: >>-La venganza de un buen cristiano es el perdón y la plegaria por la persona que nos ofende; así que, habiendo rezado por este compañero, has hecho lo que le agrada al Señor, y por eso ahora te encuentras satisfecho. Si haces siempre así, pasarás una vida feliz>>. Esa era la actitud de don Bosco frente a las contrariedades; y el hecho narrado manifestaba que también había alguno en Valdocco que participaba en las disidencias. Y, como se iba acentuando el peligro de un cisma, hubo un grupo de sacerdotes que buscó el modo de deshacerlo. Estaban en él el teólogo Roberto Murialdo, el teólogo Tasca, los profesores Barone y Verizzi, el P. Cocchis y el canónigo Saccarelli, fundador de la Sagrada Familia. El padre Ponte, invitado a exponer sus quejas, se mantuvo firme en sus pretensiones y no quiso asistir a la reunión. Don Bosco estaba bien dispuesto a hacer alguna concesión, pero no a abdicar de la supremacía a la que tenía derecho. Hubo un momento de tregua. Como la marquesa de Barolo buscaba un capellán para su casa, don Bosco recomendó a don José Cafasso eligiera a don Pedro Ponte, que deseaba aquel empleo; y la Marquesa aceptó ((**It4.313**)) la propuesta del Rector del Colegio Eclesiástico. La noble señora partía, a mitad de octubre, hacia Roma, acompañada por Silvio Péllico y don Pedro Ponte, el cual manifestaba en una carta al teólogo Borel su resolución y se lamentaba de los agravios (**Es4.243**))
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