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((**Es4.242**) injusto negar este tributo de agradecimiento al que tienen un merecido derecho>>. El teólogo Carpano se había retirado y, con gran pena, abandonaba la obra que había visto nacer y crecer con su cooperación. En el Oratorio de San Luis estaba a la cabeza, en el 1851, don Pedro Ponte, ayudado por le abate Carlos Morozzo, el sacerdote Ignacio Demonte, el abogado Bellingeri, el teólogo Rossi y el abogado Berardi. Pero don Pedro Ponte, ejemplarísimo sacerdote, era un hombre fácilmente impresionable, y se dejaba enredar por algunos catequistas, descontentos de los métodos empleados por don Bosco para regular la marcha de los Oratorios de Vanchiglia y Puerta Nueva. Atribuían éstos la obra de su celo a espíritu de ambición, a ansias de dominio, <>. Pero esta prosperidad debía atribuirse a la unidad de mando que don Bosco quería se respetase, mientras los murmuradores habrían querido romperla. Desdichadamente, ((**It4.311**)) hablando en general, los hombres no aprecian más que lo que ellos mismos creen poder hacer, y no ven con buenos ojos que haya quien marcha mucho más adelante que los demás en uno u otro género de cosas, particularmente si es su igual. Se creerían humillados si lo admitiesen. La envidia, camuflada de celo, la define Tommaseo así: <> 1. Por esto, se interpretaban con poca benevolencia las órdenes, aunque fueran muy prudentes, que don Bosco daba, y se difundían continuamente murmuraciones maliciosas, aunque en círculos cerrados, de un Oratorio a otro. La pasión cegaba los ánimos. Se manifestaban síntomas de rechazo de obediencia. Don Bosco sufría y callaba para no llevar las cosas al extremo; pero también se le culpaba de su silencio. Sin embargo, estaba dispuesto a actuar, llegado el momento, porque empezaba a despuntar la cizaña. José Brosio escribió a don Juan Bonetti: <(**Es4.242**))
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