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((**Es4.19**) reunión de grandes comerciantes, banqueros, periodistas, entre los que me pareció reconocer a Govean y Bottero de la Gaceta del Pueblo. Aunque adversarios de la Religión y por consiguiente enemigos de don Bosco y del Oratorio, oí que no se avergonzaban de repetir que, si don Bosco hubiera sido ministro, no tendría deudas el reino. -Este aprecio era la causa de la confianza que en él ponía la gente, al darle sus limosnas>>. Pero muchas veces parecía que iban a faltar los socorros. Durante el año 1850, a consecuencia de la guerra y otras adversas vicisitudes, aquella pequeña familia pasó, a menudo, grandes apuros. A veces se sabía que no había en la despensa pan para el día siguiente ni un céntimo en casa, pero don Bosco no mostraba la menor duda de que los recursos llegarían, y decía a todos, tranquilo y alegre: -Comed, hijitos míos, que habrá lo necesario. En efecto la Divina Providencia no le abandonó jamás: y mientras el número de ((**It4.11**)) muchachos recogidos crecía de día en día, y las dificultades de los tiempos se hacían mayores, no tuvo que alejar del Oratorio ni a uno solo por falta de lo necesario. Fue éste un premio de toda su vida, que muy bien puede tomarse como un ejemplo de caridad heroica hacia el prójimo, en el que se empleó él mismo con toda suerte de trabajos y santas industrias. Pero usaba la más exquisita solicitud para los intereses del alma. Los medios de perversión eran cada día más acuciantes y funestos. Merced a la libertad de imprenta se esparcían a manos llenas, por talleres y establecimientos, libros y folletos perniciosos. Era muy frecuente el caso de oír a patrones y empleados, negociantes y subalternos, sastres y zapateros, que discutían sobre religión y sobre moral, soltando verdaderas sentencias, cual si fueran otros tantos doctores de la Sorbona, por lo que la fe y las buenas costumbres sufrían gran riesgo. Don Bosco, obligado a enviar a sus muchachos a la ciudad para aprender un arte u oficio, se informaba minuciosamente de la honradez de los individuos a quienes quería confiarles, y, si era preciso, les sacaba de un puesto para colocarlos en otro, que le ofreciera mayores garantías. A más de esto, iba a pedir nuevas al patrono sobre su comportamiento, dando con ello a entender lo mucho que le importaba su fidelidad en el trabajo, y, al mismo tiempo, su interés porque sus queridos protegidos no encontrasen peligros, ni para la moral ni para la religión. Después, se entretenía con ellos en casa el mayor tiempo que le era posible; hábilmente se enteraba de lo malo que habían visto u oído durante la jornada; y después, cual médico experto y amoroso, ponía inmediatamente el contraveneno, para sacar(**Es4.19**))
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