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((**Es4.166**) adversario, más suaves y mansas eran las de don Bosco. <((**It4.208**)) perdón delante de nosotros mismos, que éramos unos muchachos>>. Cuando no podía persuadir a su oponente, callaba del todo. Su templanza le infundía vigor también cuando recibía cartas injuriosas. Acostumbraba no responder o, más frecuentemente todavía, responder con dulzura. íCuántas veces intercambió los insultos por favores! Al que no sabía mantenerse en calma a la hora de responder, le daba este recuerdo: -No escribir palabras ofensivas: scripta manent (lo escrito, permanece). -Os lo recomiendo encarecidamente, decía frecuentemente a los suyos; evitad en vuestro hablar las formas ásperas y mordaces: compadeceos los unos de los otros, como buenos hermanos. Estaba un sacerdote para publicar un libro sobre instrucción y educación y le pedía normas y consejos. -Te recomiendo, le respondió, una cosa: no ofender la caridad. Brilla su templanza en todos sus escritos, en los que todo es calma y limpieza, sin sombra de acritud. Frenaba el natural apetito de ver y saber lo que no le pertenecía. Aunque tenía un gusto exquisito para juzgar las obras de arte, no se dejaba seducir por la curiosidad de visitar monumentos, palacios, pinacotecas, museos. Doquiera se encontrase, solía llevar los ojos clavados en el suelo, de forma que no miraba a las personas, ni aún cuando le saludaban. Era una mortificación costosa para él la renuncia a leer libros que excitaban sus deseos de ciencia, literatura o historia. Sin embargo, para atender a las obras de caridad que la divina Providencia le había confiado, se abstenía de ello casi siempre, salvo que le fuera necesario. Raras veces leía o se hacía leer periódicos, y solamente con ocasión de noticias sobre hechos gloriosos o dolorosos para la Iglesia Católica o ((**It4.209**)) que se referían directamente a sus instituciones. Pedía, sin embargo, de vez en cuando, que alguno le contase las principales noticias del día, especialmente en los momentos de mayores transtornos políticos, para dirigir a los demás a la hora de juzgar ciertos hechos públicos y para no estar totalmente ajeno a las conversaciones, en las que debía encontrarse por su condición. Sin embargo se veía claramente que no padecía curiosidad de saber. No admitía, además, periódicos que no fueran (**Es4.166**))
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