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((**Es4.153**) con él. Solamente el ((**It4.190**)) primer plato tenía carne, el segundo era de legumbres cocidas, o bien ensalada. Si había polenta como sopa, con algún acompañamiento, ésta servía de plato. Don Bosco solía recomendar a los cocineros que evitasen las viandas excitantes, y parece que esto era por amor a la castidad. El prefería patatas, nabos y hierbas bien cocidas, aunque fueran insípidas, dando como razón que eran más convenientes para su estómago; y repetía frecuentemente la máxima: <>. De cuando en cuando, procuraban sus clérigos proveerle de alguna vianda más a propósito para su delicada salud; pero, si él advertía aquella singularidad, se molestaba y recomendaba al Prefecto de la casa diese órdenes en la cocina para evitar que se repitiesen semejantes atenciones. Era admirable su indiferencia respecto a la calidad y condimento de los alimentos. Los más sabrosos eran los que menos le gustaban. Jamás se le oyó lamentarse de la comida. Sucedió a veces que alguno, después de haberse servido él la sopa, la probara y la dejara por su repugnante sabor, cuando él, sin hacer ningún caso, se la había comido. Le presentaban a veces huevos u otras comidas, medio echadas a perder y él se lo comía todo tan tranquilamente, sin dar muestras de haberse dado cuenta de ello. Así cumplía el propósito tomado de nunca decir: <>. Pero, cuando la sopa era mejor, ya fuera por el caldo, ya fuera por la sustancia, se le veía muchas veces echar agua de la jarra, con la excusa de que la tenía que enfriar porque estaba ardiendo. Hasta el pan le servía para ejercitar la mortificación y, promover a la par, el espíritu de economía. Había establecido una especie de compañía, llamada de los mendrugos de pan, y cuyos socios se propondrían servirse con preferencia de todos los ((**It4.191**)) trozos de pan, dejados en las comidas anteriores, aún por otros, antes de empezar un pan todavía entero. Y don Bosco era el primero en dar ejemplo. Comía en medida tan parca, que estábamos maravillados de cómo podía resistir tanto trabajo. Su alimentación bastaba solamente para mantenerlo en pie. Preguntado por qué se sometía a tantas privaciones, respondió con humildad al que escribe estas memorias: -Con tantos asuntos como tengo que resolver y con el grande y constante trabajo de mi mente, de no haber hecho así, mis días se hubieran acabado pronto. Y esta fue su usanza mientras vivió. Más aún, frecuentemente se sometía a abstinencias extraordinarias. <(**Es4.153**))
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