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((**Es4.118**) cursos 1848-49, 1849-50, por su conducta óptima y su aplicación. Tanto le gustaron a don Bosco, que quiso guardarlas consigo y las conservó mientras vivió, y todavía existen en nuestros archivos. Durante los tres meses de vacaciones otoñales, don Bosco puso a Miguel Rúa, juntamente con Ferrero y Marchisio, con don Pedro Merla, el cual les enseñó los primeros rudimentos de latín. Pero después de la fiesta ((**It4.142**)) de Todos los Santos, como quiera que don Bosco ya no podía enseñarles él mismo regularmente, empezó a enviarles a la escuela privada del profesor José Bonzanino, titulado, para los tres cursos inferiores del gimnasio. Tenía éste su clase, junto a la plaza de San Francisco de Asís, en una casa que pertenecía a la familia Péllico y precisamente en las mismas habitaciones donde Silvio escribió Mis prisiones. Bonzanino aceptó con gusto la petición de don Bosco, el cual les repasaba la gramática por la noche, les enseñaba el sistema métrico y les adiestraba en cuentas. Miguel Rúa siguió viviendo con sus padres todavía durante más de un año, mientras se unía a sus condiscípulos, pero como alumno no interno en el Oratorio, Angel Savio. Miguel, asiduo a clase, adelantaba mucho en los estudios; tanto que, al acabar el curso 1850-51, con maravilla de los maestros, hizo unos exámenes brillantes, con grandes alabanzas, de los tres cursos inferiores del gimnasio. Desde entonces le enviaba don Bosco, juntamente con Angel Savio y otros, a asistir y enseñar catecismo a los muchachos de Vanchiglia y de Puerta Nueva, y así continuó durante varios años. Don Bosco iba a menudo al profesor Bonzanino a informarse de sus alumnos. Un día iban Ascanio Savio y Miguel Rúa al Oratorio de San Luis, y díjole Savio a Rúa: -Oye, Miguel; me ha dicho don Bosco que fue a pedir informes tuyos al profesor Bonzanino y que se los dio muy halagüeños. Y añadió que se había hecho planes sobre ti y que en el porvenir tú le ibas a ayudar mucho. Miguel Rúa no olvidó jamás estas palabras. En efecto, don Bosco había adquirido un nuevo y estupendo alumno, pero al mismo tiempo perdía un amigo querido. El teólogo colegiado Lorenzo Gastaldi, canónigo de San Lorenzo ((**It4.143**)) en Turín, que había empezado un provechoso apostolado de predicación, estaba decidido a renunciar al canonicato, ansioso de una vida más austera y de mayor dedicación al estudio. Como era admirador de Rosmini, seguidor de su filosofía, defensor de sus doctrinas en la prensa, se sentía atraído por una viva simpatía hacia la congregación de los Sacerdotes de la Caridad; así que, abandonando comodidades. (**Es4.118**))
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