Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es4.117**) Agradeció don Bosco la bondad del Arzobispo. Volvió a Turín y continuó sus lecciones hasta fin de año. Durante catorce meses había dado clase de latín diaria, antes del mediodía, y durante cinco o seis horas consecutivas. Había llegado, por consiguiente, el momento de presentar a sus alumnos al menos a un examen privado. Encargó de ello al doctor en teología Chiaves y al profesor de retórica don Mateo Picco, los cuales no pudieron comprender de ningún modo, cómo le había sido posible a don Bosco preparar en tan poco tiempo a alumnos tan bien instruidos. Y los declararon capaces para seguir los estudios de filosofía. La satisfacción experimentada por don Bosco por este examen había sido precedida por una hermosa ganancia y una no pequeña pérdida. Hemos visto al jovencito Miguel Rúa asistir a los ejercicios espirituales de Giaveno. Había terminado el curso elemental en las escuelas de los Hermanos de la Salle; durante el año, su maestro el Hermano Miguel, muy querido por los alumnos, sabedor de su inteligencia y de su espíritu de piedad, su amabilidad, prudencia y amor por el trabajo, le había propuesto entrar como hermano en ((**It4.141**)) su Instituto Religioso. El jovencito, que le quería mucho, aceptó la cordial invitación, y respondió: -Si el próximo curso, vuelve usted a su clase, haré lo que me aconseja. Habitaba Rúa en Valdocco, no lejos del Oratorio: su padre, hortelano, era un cristiano de buena cepa, y su madre no demostraba ser inferior a mamá Margarita en la buena educación de sus hijos. La cercanía de las dos casas hacía que Miguel fuera al Oratorio también entre semana. Como había terminado los exámenes y se había acabado el curso, don Bosco, que, con ojo certero había pronosticado sus valiosas condiciones, preguntóle si no le gustaría hacerse sacerdote. Respondió Miguel: -íYa lo creo, mucho! -Pues entonces, prepárate para estudiar latín. El muchacho le expuso la invitación que le había hecho su maestro y la respuesta que le había dado. Al oír esto don Bosco no añadió más, pero sus palabras habían producido una viva impresión. Dios guiaba, en tanto, el porvenir. El Hermano Maestro había salido de la escuela por orden de los superiores, y había sido trasladado para enseñar en otro lugar lejano. Miguel, libre así de su compromiso, pidió y obtuvo de sus padres poder seguir el consejo de don Bosco. Al dar la agradable noticia al padre espiritual de su alma, Miguel le presentó las papeletas de mención honorífica mensual, durante el primero y segundo grado, obtenidas en la clase elemental superior durante los (**Es4.117**))
<Anterior: 4. 116><Siguiente: 4. 118>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com