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((**Es3.68**) expresión de estima y respeto, de pruebas de sentido afecto y, a veces, de una frase oportuna y graciosa. Don Bosco acostumbraba a decir, más tarde, a sus salesianos: -El sacerdote siempre es sacerdote y debe manifestarse así en todas sus palabras. Ser sacerdote quiere decir tener ((**It3.75**)) continuamente la obligación de mirar por los intereses de Dios y la salvación de las almas. Un sacerdote no ha de permitir nunca que quien se acerque a él se aleje, sin haber oído una palabra que manifieste el deseo de la salvación eterna de su alma. Y don Bosco lograba su intento con gran habilidad y provecho. Sabía descubrir bonitamente en su conversación el estado moral de ciertas personas de cualquier grado o condición, que, de ordinario, tienen poco tiempo o poca voluntad para acercarse a los Santos Sacramentos. Y de este modo, por su habilidad, los disponía de manera que, casi sin darse cuenta, manifestaban sus ocultas miserias y así le ofrecían la oportunidad de enderezarlos por el buen camino. Cuando se encontraba con faquines, obreros, u otros que habitualmente ofendían al Señor con blasfemias, imprecauciones o conversaciones obscenas, sabía acercarse a ellos y, con su gran dulzura, los inducía poco a poco a reconocer su culpa y frecuentemente a confesarse con él mismo. Citemos algunos hechos. Cuenta un señor de Cambiano, que iba don Bosco una mañana, hacia 1847, por las afueras de Puerta Nueva, entre montones de escombros, zanjas y tierras baldías, que después desaparecieron cuando allí se construyó el Barrio Nuevo. Volvía de la parroquia de la Crocetta. Se encontró con cuatro jóvenes de veintidós a veintiséis años, de facha poco recomendable. Le detuvieron ellos con fingida cortesía y le dijeron: -Oiga, por favor, señor cura; dice éste que yo estoy equivocado y yo digo que llevo razón: decida usted quién la tiene y quién anda equivocado. Echó don Bosco un vistazo a su alrededor y al no ver a nadie por aquel descampado, aunque ya fueran las dos de la tarde, temió cualquier agresión. Y se encomendó a Dios, mientras el uno y el otro, contando ridículas patrañas y sin llegar nunca a exponer ((**It3.76**)) la cuestión a decidir, seguían repitiendo: -Decida usted quién tiene razón y quién se equivoca. Don Bosco al verse blanco de sus burlas, pensó: aquí hace falta astucia para salir con suerte. Y les dijo: -Miren, señores: aquí, de pie, no puedo decirlo; vamos a tomar un café al San Carlos y allí decidiremos.(**Es3.68**))
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