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((**Es3.60**) Efectivamente, nunca se quejaba de la habitación que le destinaban, o de la comida que le preparaban. Parecía no sentir el rigor de las estaciones, aunque, a veces, la habitación y la iglesia no estuviesen acondicionadas. Manifestaba una paciencia a toda prueba aguantando la verborrea de las audiencias, las confesiones y las funciones sagradas. Su humilde paciencia era invencible para soportar contradicciones, falta de atenciones y rusticidad de las personas con las que debía tratar. Era indiferente en todo lo que a su persona se refería, nunca exigía más de lo que le diesen; nada pretendía, aceptaba cualquier sitio o tiempo que le señalaran; cedía humildemente una ocupación o un puesto más honorífico, aún a los inferiores en dignidad o en años; y, si el demonio ponía obstáculos a su ministerio, con una perfecta confianza en Dios, continuaba sereno e impertérrito y no cedía. En el púlpito, su celo sin amargura ni violencia, inspiraba viva confianza en el auditorio, al que decía toda la verdad sin halago alguno. En tiempo de misiones o de ejercicios, no se perdía en discusiones inútiles. Sus temas ordinarios eran: la importancia de salvar el alma, el fin del hombre, la brevedad de la vida y la incertidumbre de la hora de la muerte, la gravedad del pecado y las consecuencias funestas que trae consigo, la impenitencia final, el perdón de las injurias, la restitución de los fraudes, la falsa vergüenza al confesarse, la gula, la blasfemia, el buen uso de la pobreza y de las aflicciones, la santificación de los domingos y de las fiestas, la necesidad de orar y ((**It3.65**)) el modo de hacerlo y de frecuentar los sacramentos, de asistir al santo sacrificio de la misa, la imitación de nuestro Señor Jesucristo, la devoción a la Santísima Virgen María, la felicidad de la perseverancia. Hemos recogido los títulos de estos sermones de algunos de aquellos autógrafos, que sus viejos amigos y condiscípulos poseían, y que nos lo entregaron el año 1900 para que no se extraviaran. Y como quiera que los sermones se daban por la mañana temprano y por la noche, a fin de que la gente del campo pudiera ir a sus labores, don Bosco, una vez que terminaba las confesiones, se daba durante el día una vuelta por la población. Iba a saludar a las autoridades municipales, a visitar y consolar a los enfermos, a poner paz en las familias que estaban desunidas, a conciliar con buenas palabras a los enemistados por intereses encontrados. Mostraba gran respeto a los ancianos y deferencia con los criados y los pobres. Empleaba todos los medios para atraer a la gente a los sermones: entraba a las tiendas para invitar a dueños y dependientes(**Es3.60**))
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