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((**Es3.432**) juegos y diversiones que tan buenos resultados daban en los Oratorios de San Francisco de Sales y de San Luis, de los que pasaba a ser considerado como hermano. Pero costó mucha paciencia y fatigas a los destinados a este Oratorio; tanta, que sintieron necesidad de invocar a menudo al Angel Custodio, como se lo había recomendado don Bosco. ((**It3.561**)) El antiguo barrio de Vanchiglia con su conjunto de tugurios, cuyas paredes, cuarteadas y renegridas por el tiempo, amenazaban derrumbarse a cada instante, era como la ciudadela de los hombres enemigos del orden, ávidos del robo, empujados por un feroz instinto al mal, siempre dispuestos al crimen. Allí estaban confinados el delito, la miseria y el vicio. Allí había nacido, de allí se ramificó, allí se hizo grande y temida la Asociación de la juventud (Cocca) de la que ya hemos hablado. Vanchiglia era un lugar donde nadie se atrevía a poner el pie después de oscurecido. Ni los guardias se atrevían a plantar cara a aquellas apretadas filas de malhechores. Como en un castillo donde se ha levantado el puente levadizo, no se dejaba a nadie entrar de noche si no pertenecía a una pandilla de la Asociación. Los sacerdotes y los catequistas de don Bosco ocuparon el puesto que se les había asignado. El primer director fue el teólogo Carpano, trasladado del Oratorio de San Luis, ya muy ampliado. Allí le sucedió en el cargo el óptimo sacerdote Pedro Ponte de Pancalieri, que lo dirigió con paternal solicitud hasta 1851. Le ayudaba el abate Carlos Morozzo, que fue después limosnero del Rey y canónigo de la catedral, el sacerdote Ignacio Demonte, el abogado Bellingeri, el teólogo Félix Rossi y el abogado y sacerdote Berardi. En tanto surgieron las primeras dificultades en Vanchiglia por parte de los mismos muchachos beneficiados, que correspondían con ingratitud, insubordinación, insultos y amenazas contra la misma persona del Sacerdote. Eran dignos hijos de sus padres: indisciplinados y descorteses en los recreos, siempre prontos a escapar; se imponían al portero cuando la campanilla los invitaba a ir a la iglesia, perturbaban, alborotaban el orden de los que se había logrado llevar al sermón o al catecismo, se burlaban de los avisos que se les daban, parecían inútiles los cuidados de los que buscaban su bien. Y sin embargo, la caridad debía triunfar. En efecto, con ((**It3.562**)) amabilidad constante, con el disimulo de los desaires recibidos, con oportunos regalos, con nuevas diversiones, desayunos y meriendas, y separando a los que parecían de mejor corazón, se logró dominarlos. Don Bosco fue varias veces a visitarlos, y con su palabra encantadora y (**Es3.432**))
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