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((**Es3.422**) encontrado quien le respondiera; porque él, obediente a su misión, quería fundar una congregación religiosa en unos tiempos en los que todo conspiraba contra sus designios. Los gobiernos se aprestaban a una guerra despiadada contra las órdenes religiosas, confiscándoles sus bienes y procurando su extinción. Ya se había dispersado a alguna congregación. El teatro, las novelas, los periodicuchos, con infames y atroces calumnias y con la burla repartida a manos llenas, hacían aborrecer al pueblo la vida del claustro. La sociedad estaba saturada de prejuicios: se manifestaba a menudo públicamente desprecio por los religiosos. La palabra fraile sonaba a insulto para todos. El mismo clero secular era, en gran parte, hostil a los hábitos y cogullas, unos por interés, otros por envidia. Entre los mismos religiosos, muchos aguantaban de mala gana el yugo de la regla y parecían dar razón a las críticas e invectivas de los impíos, periodistas y novelistas. Todo este ambiente hacía dificilísimo encontrar vocaciones para tan noble estado. Con todo, don Bosco debía buscarlas, debía juntar las piezas para un gran edificio espiritual, debía formarse un escuadrón de religiosos. Esta era su misión, y el espíritu del Señor le hizo comprender el misterio del sueño, en el que ((**It3.548**)) las fieras se habían trocado en corderos, y cierto número de éstos en pastores. Tenía, por tanto, que dirigirse a la clase de jóvenes que le había sido indicada. Mas preveía que también éstos le volverían la espalda, si desde un principio les decía que quería hacerles religiosos. Por esto debería proceder con gran cautela e ir ganando terreno en sus corazones, poco a poco, sin que ellos se apercibieran. Era la suya una empresa muy ardua. Los fundadores de todas las demás órdenes religiosas habían encontrado, entre los primeros agregados a su sociedad, hombres maduros en virtud, ciencia, experiencia del mundo y del espíritu. Eran vocaciones formadas, que se debían y podían probar, aún sometiéndolas a duras pruebas. El mundo de entonces aplaudía a quien se consagraba a Dios. Pero no se le presentaban las cosas así a don Bosco. Tenía que formar una congregación, sin contar, humanamente hablando, con los elementos para ello. No se trataba de probar vocaciones, sino de crearlas. Si quería colaboradores píos y doctos, debería formárselos él mismo. Ni soñar con hablar de experiencia, ni de espíritu, ni de mundo. Debería don Bosco infundirla en los que se decidieran a seguirle. Totalmente solo, sin medios ni apoyos humanos, debía sacar del (**Es3.422**))
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