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((**Es3.389**) memorias estaba presente. Los salesianos se miraban de reojo con mirada de inteligencia, y los muchachos lo contemplaban estáticos. Cuando terminó, atravesó las filas camino de su habitación y, mientras todos se agolpaban en su derredor, se traslucía en su mirada y sus palabras la total inconsciencia de los ocurrido, mas nadie osó decirle una palabra referente al caso, por no ofender su humildad. Finalmente, lo que más empeño tengo en referir es el testimonio de una persona competente. ((**It3.501**)) Roma, calle de Ripetta, 24 24 de febrero de 1981 Rev. Sr. D. Juan Bautista Lemoyne, Leo en un periódico que anda usted buscando datos y apuntes para escribir una biografía del llorado don Juan Bosco, cuyo proceso canónico para introducir la causa de beatificación, cuando llegue el momento, se ha comenzado; y veo que también acepta y agradece notas para este fin, que no tengan mucha extensión. Me apresuro, pues, a contribuir con mi piedrecita a ese edificio. He tratado muchas veces con aquel hombre venerando en Turín, en Génova, en Florencia, y en ocasiones por largo rato, los dos solos y en intimidad. La impresión que me hacía al empezar la conversación era la de un hombre de no gran altura, sino sencillo y bueno. Pero bastaban pocas palabras para que se agrandara este primer concepto y, al oírlo razonar, brillaba ante mí como un hombre de talento privilegiado, de admirable prudencia y de rectísimas y santas intenciones. Su hablar llano y sin afectación me parecía tan apropiado y de tal categoría, que se hubiera podido, con éxito, imprimirlo tal y como salía naturalmente de sus labios. No sé de ninguna persona en el mundo que, hablando conmigo, me haya causado mayor admiración. Me parecía hablar con un santo... Le he tenido y lo sigo teniendo por un hombre extraordinario y lleno de la divina gracia. Este concepto sobre él nacía de la consideración de su vida, de su comportamiento y de sus empresas. Me edificaba grandemente la caridad y el ((**It3.502**)) celo sincero, eficaz y fecundo que desplegaba en favor de los muchachos de la plebe y los chicuelos de toda clase, para apartarlos del vicio, ampararlos, instruirlos, educarlos y, sobre todo, ganarlos para Jesucristo. Veía en todo esto algo muy conforme con el espíritu de Jesucristo y muy distante de toda inclinación humana: era el charitas Christi urget nos en todo su esplendor (**Es3.389**))
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