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((**Es3.372**) hoy se levanta la iglesia de María Auxiliadora, como un centinela, para impedir la vuelta de los enemigos. Y era de ver cómo muchos de aquellos golfillos se le acercaban poco a poco y escuchaban con gran atención y complacencia lo que él empezaba a decirles con toda amabilidad. Toda aquella patulea de muchachos era ciertamente incitada a las ofensas por lo que oían repetir a los mayores en la calle y en su casa; y posiblemente también por la maldad de los emisarios protestantes. Pero los que no cesaban de atizar estos odios eran los periódicos anticristianos que aplastaban toda autoridad divina y humana. Sus furiosas y seductoras diatribas contra la Iglesia, el culto católico y las órdenes religiosas eran cosa de cada día. Las publicaciones humorísticas estaban plagadas de caricaturas sacrílegas. Los bandoleros de la pluma no respetaban ni el secreto personal, ni el santuario doméstico, ni las opiniones más sensatas, ni el honor más limpio; para ellos no había nada santo y venerando ((**It3.478**)) que no fuera arrastrado por el fango y expuesto con vil maledicencia al ludibrio de las multitudes. Para indisponer a la opinión pública contra monseñor Fransoni, continuaban publicando contra él, que se encontraba lejos, infames patrañas y aseguraban que se valía de los tesoros de su Iglesia para ayudar a los enemigos del Rey. Tampoco don Bosco se libró de los malvados artículos de la Gazzeta del Popolo y del Fischietto, que solían llamarle en burla el Santo, el Taumaturgo de Valdocco; y daban a entender con estos títulos el concepto en que le tenía la mejor parte del pueblo. Los obispos habían presentado al Ministerio una elocuente protesta contra la licencia de prensa y los insultos que se prodigaban a cosas y personas religiosas, a la fe y a la moral. Pero los ministros no se dieron por enterados y los mismo en el Senado que en la Cámara el anuncio y la lectura de la protesta fue acogida con bostezos, murmullos y sonrisas. Así habían sido burladas otras instancias de los obispos que invocaban el Estatuto y las leyes vigentes. >>Qué armas quedaban para luchar contra una avalancha de tantos males? Oponer una prensa buena a la prensa mala. Bien claro lo dijo más tarde monseñor Katteler, arzobispo de Maguncia: que si San Pablo viviese en nuestro tiempo, se haría periodista. Y así habían comenzado a hacer los generosos escritores de Armonía; pero muy pronto resultaron desiguales estas armas. Los de la parte contraria eran más numerosos, más audaces y sostenidos por personas del Gobierno. Aparecieron en aquel tiempo otros periódicos católicos; pero pocos: el Conciliatore, el Istruttore del Popolo, el Giornale (**Es3.372**))
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