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((**Es3.37**) que podemos concluir lo mucho que nos quiere y ayuda la Santísima Virgen. Pero ahora que estamos aquí solos, para que cada uno de nosotros esté bien seguro de que la Virgen Santísima ama a nuestra Congregación y para que nos animemos cada vez más a trabajar por la mayor gloria de Dios, no os voy a contar un sueño, sino que la misma bienaventurada Virgen María quiso que yo viera. Quiere Ella que pongamos en su protección toda nuestra esperanza. Os hablo en confianza y deseo que lo que voy a deciros no se propague entre los demás de la casa o fuera del Oratorio, para no dar pie a críticas de los maliciosos. >>Un día del año 1847, después de haber meditado mucho sobre la manera de hacer el bien a la juventud, se me apareción la Reina del Cielo y me llevó a un jardín encantador. Había un rústico, pero hermosísimo y amplio soportal en forma de vestíbulo. Enredaderas cargadas de hojas y de flores envolvían y adornaban las columnas trepando hacia arriba y se entrecruzaban formando un gracioso toldo. Dada este soportal a un camino hermoso sobre el cual, a todo el alcance de la mirada, se extendía una pérgola encantadora, ((**It3.33**)) flanqueada y cubierta de maravillosos rosales en plena floración. Todo el suelo estaba cubierto de rosas. La bienaventurada Virgen María me dijo: >>-Quítate los zapatos. >>Y cuando me los hube quitado, agregó: >>-Echate a andar bajo la pérgola: es el camino que debes seguir. >>Me gustó quitarme los zapatos: me hubiera sabido muy mal pisotear aquellas rosas tan hermosas. Empecé a andar y advertí enseguida que las rosas escondían agudísimas espinas que hacían sangrar mis pies. Así que me tuve que para a los pocos pasos y volverme atrás. >>-Aquí hacen falta los zapatos, dije a mi guía. >>-Ciertamente, me respondió; hacen falta buenos zapatos. >>Me calcé y me puse de nuevo en camino con cierto número de compañeros que aparecieron en aquel momento, pidiendo caminar conmigo. >>Ellos me seguían bajo la pérgola, que era de una hermosura increíble. Pero, según avanzábamos, se hacía más estrecha y baja. Colgaban muchas ramas de lo alto y volvían a levantarse como festones; otras caían perpendicularmente sobre el camino. De los troncos de los rosales salían ramas que, a intervalos, avanzaban horizontalmente de acá para allá; otras, formando un tupido seto, (**Es3.37**))
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