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((**Es3.363**) Porque él, además de la ciencia, transfundía a sus oyentes el fuego que ardía en su corazón por el sacramento de la confesión; les animaba a trabajar con todo empeño en la salvación de las almas; les exhortaba a estar dispuestos a acudir al confesionario a la primera llamada. Y, a veces, le hemos oído decir: <>. Y él hacía lo que aconsejaba a los demás, recordando las normas que don José Cafasso acostumbraba dar a los sacerdotes: ->>Queréis que se frecuente la confesión en vuestras iglesias? Haced dos cosas: 1.¦ Hablad de ella con frecuencia desde el púlpito. 2.¦ Dad comodidad a los fieles para confesarse. Si lo hacéis así, estad seguros de que el pueblo frecuentará este sacramento. ((**It3.466**)) Acudían asiduamente a escucharle los teólogos Nasi, Trivero, Carpano, Giordano, los dos Vola, los sacerdotes Rademaker, Deamicis, Palazzolo, Giacomelli y muchos otros. Asistía a veces el teólogo colegiado Eugenio Galletti, más tarde Obispo de Alba. Monseñor Solari, que estudió con él la moral, nos aseguraba que gracias a un maestro tal, llegó a aprenderla muy bien. Agregaba que algunos de los mentados personajes, muy versados en teología, asistían a aquellas clases, porque don Bosco trataba siempre de un modo especial los puntos relacionados con la juventud y la manera de confesarlos con soltura y provecho. Al exponer los casos de conciencia, enseñaba a preguntar, a juzgar sobre la culpabilidad, a quitar las ocasiones próximas, cerciorarse de sus disposiciones, dar la instrucción necesaria a los más rudos. Era una maravilla su manera de hacer fácil y breve la confesión. Y al mismo tiempo, enseñaba de mil modos la prudencia en el hablar. No quería, por ejemplo, que el confesor preguntase a un muchacho que se confesaba de haber dicho blasfemias qué palabras injuriosas había pronunciado contra el nombre de Dios, sino que más bien se le preguntara: ->>Has dicho algo malo contra el Señor? Y esto porque le causaba horror poner en labios del sacerdote la misma frase blasfema. Recomendaba además encarecidamente no se hiciese odiosa y pesada la confesión con impaciencias y riñas; porque entonces los muchachos no se atreven a hablar y así se amontonan sacrilegios sobre sacrilegios, sino procurar, con mucha caridad, ganarse su confianza. Insistir, sin embargo, en que se usara con ellos una gran reserva en el trato; de ordinario, no confesarlos en lugares apartados sin testigos; no acercar nunca demasiado la persona; jamás caricias (**Es3.363**))
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