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((**Es3.360**) Gioberti decidió ocupar Ancona; pero Carlos Alberto no lo permitió. Entonces determinó que entraran en Toscana, agitada por los republicanos, las tropas saboyanas, para devolverla al Gran Duque; pero como los otros ministros se opusieron a su plan, el 22 de febrero de 1849 caía precipitadamente del poder ministerial para no volver a levantar cabeza. Es probable que él no quisiese adherirse enteramente a las órdenes de la secta. Gioberti se inclinaba a reforzar las ideas de orden y moderación y esto no lo aprobaban sus colegas ministeriales. Estos habían preparado en las fiestas navideñas, que los muchachos del Oratorio celebraban con la devoción y solemnidad de costumbre, un aguinaldo poco agradable al clero. El 25 de diciembre de 1848 el ministro Urbano Ratazzi se atrevía a enviar una gran reprimenda a todos los obispos del reino con una circular, recordándoles que en sus escritos, en sus pastorales y en sus comunicaciones, debían abstenerse de cualquier expresión ((**It3.462**)) que pudiera ser interpretada contra las personas revestidas de autoridad política y que, cuando quisieran tratar materias de esta índole, debían conformarse con los propósitos, intenciones y deliberaciones del Gobierno. Aquel mismo día dirigía el Ministro de Hacienda, Vicente Ricci, a los directores de la hacienda pública una carta confidencial en la que decía: <>. Pedía, además, averiguaran el número y dimensión de todas las campanas de las iglesias, el número y calidad de los objetos de culto en oro, plata u otro metal precioso. Recomendaba, finalmente, cumplir estas órdenes con cautela y circunspección. Pero, el Gobierno por entonces no procedió más allá. No dejaban, sin embargo, de intentarse, con perjuicio para el clero, nuevas confiscaciones y nuevos impuestos: y simulando todavía algún respeto a la inmunidad eclesiástica, el Ministerio se ponía al habla con el Nuncio Apostólico para obtener que la Santa Sede concediese al clero participar en el emprésito obligatorio destinado a pagar las deudas de guerra, que alcanzaban los setenta y dos millones ciento noventa y tres mil liras. Así terminaba el 1848. Y el 1849 no dejaba presagiar tiempos mejores. Don Bosco, por su parte, experimentaba un gran consuelo al ver ampliada su obra con la adquisición de la casa Moretta. La divina Providencia, sin embargo, sólo le permitía servirse de ella (**Es3.360**))
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