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((**Es3.344**) para que todos los que frecuentaban el Oratorio, sin excluir a ninguno, pudiesen disfrutar alguna vez de esta ventaja, combinó las cosas de tal modo que los que habían sido admitidos a la comida, al domingo siguiente cedían el puesto a otros y así sucesivamente, hasta dar la vuelta entera y lograr que todos sus protegidos pasaran su semana de convidados con él. Esto supuso un aumento considerable de gastos para don Bosco y de trabajo para su buena madre, durante casi un año, el tiempo que aún duraron las agitaciones públicas. Con éstos y otros medios logró reconquistar los corazones y acabar con la manía de alejarse del Oratorio, y, en consecuencia, de las prácticas de piedad. Sucedió un hecho maravilloso que confirmó en sus buenos propósitos a los muchachos. Se celebraba en el Oratorio una de las fiestas más solemnes, quizá la de la Natividad de la Virgen Santísima. Se habían confesado cerca de seiscientos cincuenta jóvenes y estaban preparados para recibir la santa comunión. Don Bosco comenzó la santa misa persuadido de que en el sagrario estaba el copón lleno de hostias. Pero dicho copón estaba casi vacío y José Buzzetti se había olvidado de poner sobre el altar otro copón con las hostias para consagrar. Este se dio cuenta de su olvido después de la consagración. Don Bosco comenzó a distribuir la comunión la mar de angustiado, al ver tan pocas hostias y tantos muchachos rodeando el altar. Desolado por tener que dejar a tantísimos sin poder recibir el Sacramento, alzó los ojos al cielo y continuó distribuyendo comuniones. Y he aquí que, con gran maravilla suya y del pobrecito ((**It3.442**)) Buzzetti, que de rodillas y confundido pensaba en el disgusto ocasionado a don Bosco con su olvido, veía él que las hostias iban creciendo entre sus manos de forma que pudo dar la comunión a todos los muchachos con las formas enteras. Aunque hubiera partido las pocas que había en un principio, no habrían llegado más que para un cortísimo número de comulgantes. Al terminar la función, Buzzetti, fuera de sí, contó lo ocurrido a sus compañeros, algunos de los cuales habían advertido el hecho y, para comprobarlo, enseñaba el copón lleno de hostias que tenía preparado en la sacristía. Muchas veces contó, después, durante su vida, este portento a sus amigos, dispuesto a afirmarlo con juramento, y entre ellos nos encontrábamos también nosotros. El mismo don Bosco confirmó la verdad de este hecho el 18 de octubre de 1863. Estaba hablando en privado con algunos de sus clérigos; le preguntaron sobre la verdad de lo que contaba Buzzetti. (**Es3.344**))
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