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((**Es3.342**) de batallas, le pidieron algunos compañeros que les enseñara la instrucción. Y él, con permiso de don Bosco, formó un pequeño batallón con los muchachos más vivarachos y capaces. Se solicitaron al Gobierno, y se obtuvieron, cerca de doscientos fusiles sin el mecanismo para disparar; se procuraron bastones para ejercicios gimnásticos; el Bersagliere llevó su cornetín de órdenes y, al cabo de algún tiempo contaba el Oratorio con un batallón tan bien instruido que era capaz de competir íhasta con la Guardia Nacional! Los jóvenes estaban como locos: unos se inscribían y otros se deleitaban contemplando las maniobras, marchas y batallas. En las grandes solemnidades la milicia oratoriana prestaba su servicio para el buen orden en las funciones de iglesia y en el interior de la casa. A veces, ejecutaban evoluciones, tan magistralmente, que constituían un alegre espectáculo y cosechaban infinidad de aplausos. Estas evoluciones y los ejercicios gimnásticos, ejecutados según el método del ejército del Rey, ((**It3.439**)) servían para hacer volver al Oratorio a bastantes de los muchachos que, atraídos por la novedad, se habían alejado, y retuvieron a otros que, deseosos de juegos y entretenimientos de acuerdo con la índole de los tiempos, iban en busca y escapaban de las funciones sagradas. El periódico Armonía habló alguna vez de aquella milicia. Pero en una ocasión el ejército en miniatura causó involuntariamente un gran disgusto a la persona que más querían, después de don Bosco; me refiero a mamá Margarita. como buena campesina, había formado al fondo del patio un huertecito. Cultivado y sembrado por ella misma, con gran habilidad y paciencia, le suministraba lechugas, ajos, cebollas, guisantes, fréjoles, zanahorias, nabos y mil otras verduras, sin excluir la menta y la salvia; y en un pequeño ángulo crecía la hierba para sus conejos. Pues bien, era un día de gran fiesta. El Bersagliere, al son de su trompeta, reunió el batallón y, dividiéndolo en dos bandos, quiso divertir al numeroso público fingiendo una batalla. Dio las órdenes oportunas, determinó cuál de los dos bandos debía retroceder dándose por vencido. Recomendó a los vencedores, para defender el querido huertecito, que al llegar a la valla se detuvieran. Consignadas las órdenes, se dio la señal de la refriega. Los dos escuadrones lanzan un grito terrible de íal ataque!, y, uno desde un extremo del patio y el otro desde el opuesto, empiezan sus movimientos estratégicos apuntándose con el fusil de madera. Las órdenes solemnes, las cargas y descargas ordenadas de las armas, el lento avanzar y retroceder, las exactas evoluciones ora a la derecha, (**Es3.342**))
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