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((**Es3.332**) poco para que una vida, respetada por las balas enemigas en los campos de batalla, no quedara rota por las de sus súbditos. La noche del 5 al 6 de agosto fue una noche infernal para Carlos Alberto. El pobre Príncipe escapó al asesinato de milagro. Envuelto en las sombras de la noche, a pie y disfrazado, escapó de aquella turba de forajidos para refugiarse en Vigevano. El ejército volvió al Piamonte, los austríacos se detuvieron en la orilla izquierda del Tesino, y el nueve de agosto se firmaba el armisticio. Al llegar a Turín estas infaustas noticias, dejaron en todos un sentimiento de desolación y de miedo. En Valdocco, ya que no podían hacer más, organizaban plegarias especiales en la capilla por la incolumnidad del augusto Soberano, con lo que demostraron los muchachos que eran buenos ciudadanos y al mismo tiempo fervorosos católicos. Y hacía buena falta la oración en la Capital, porque el fermento revolucionario crecía pavorosamente. Detrás de Carlos Alberto había llegado un séquito interminable de voluntarios y prófugos sectarios que huían de Lombardía y Venecia para gozar de las comodidades de la generosa hospitalidad que les daba el gobierno piamontés. Y ellos, en vez de unirse a los subalpinos para reparar los daños de la guerra, se instalaron aquí para encender la lucha contra la Iglesia, calumniar, blasfemar, conspirar, comprar y vender votos en las elecciones y tomar parte en los altercados públicos más repugnantes y feroces. No escatimaron insultos a los obispos. El arzobispo de Vercelli había permitido que los soldados se alojaran en el seminario y en catorce iglesias, y el Municipio pretendía ocupar cuatro iglesias más y dos monasterios, mientras dejaba libre el teatro y otros edificios públicos. Monseñor ((**It3.427**)) se presentó el seis de septiembre ante el Consejo Cívico y expuso con dignidad los derechos de la religión, el respeto debido a los templos y las estrecheces a que había quedado reducido el ejercicio del culto. Dieron a sus palabras el cariz de una ofensa a la autoridad pública, y una turba pagana rodeó su palacio gritando insultos y palabras amenazadoras; el ministro, caballero Pinelli, le escribió una epístola insolente de reproches. Mientras tanto los jóvenes desertores del Oratorio se reunían a campo abierto en los lugares señalados por sus fogosos cabecillas. Oían misa los domingos en una o en otra iglesia y después se iban a Superga, o a los prados de las cercanías de Turín; pero no se hablaba de sermones ni de catecismos. Bueno desayunos, agradables merendillas, alegres paseos, asistencia a espectáculos o a maniobras militares (**Es3.332**))
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