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((**Es3.330**) dado que iba con mucha frecuencia a la Residencia Sacerdotal, trabó amistad con don Bosco, amistad que duró hasta la muerte. Sus relaciones con Gal facilitaron quizá a don Bosco una entrevista con Gioberti. Acudió a saludarle, acompañado del teólogo Borel, que había sido amigo y compañero del Ministro durante sus años jóvenes. Es muy probable que don Bosco conociera los ocultos manejos contra la Iglesia de aquel sacerdote extraviado; sin embargo, quería sondear el interior de su alma para saber hasta qué punto debían temer de él los católicos o si se podía esperar algo de él. En efecto, él se gloriaba en sus escritos de ser entusiasta admirador de las gestas de los Papas, lo que podía ser indicio de que, pese a sus errores, aún no se había pervertido enteramente su corazón. Al mismo tiempo, dada la gran influencia de Gioberti en los asuntos del Estado, y pudiéndose fácilmente prever que quedaría en sus manos la suerte del Gobierno, don Bosco juzgaba necesario prevenir las malas impresiones que podría recibir por las referencias malignas de los enemigos de los Oratorios y ganarse su benevolencia. Gioberti recibió cordialmente a su antiguo compañero y al Director de los Oratorios, sobre los que se entretuvo hablando ((**It3.424**)) de buena gana, y a continuación cayó la conversación sobre su reciente viaje a Roma, el Sumo Pontífice y la cuestión vital para Italia de su independencia del extranjero. Gioberti se permitió palabras poco reverentes para Pío IX y su sincero amor por la patria italiana: habló de nubes y oscuridades en las que decía, haber observado en Roma se ocultaban las intenciones pontificias; se lamentó de que la negativa del Papa a declarar la guerra a Austria hubiera causado desaliento a muchos italianos en la lucha que se había empezado. Estas acusaciones carecían de fundamento y manifestaban la mala disposición del nuevo ministro. Era natural que el Papa, como Padre que es de todos los pueblos y naciones, no quisiera, sin un motivo gravísimo, descender al campo de batalla y enemistarse con alguna de ellas. Por lo demás, >>quién amaba a su patria más que Pío IX y con un amor verdaderamente cristiano? Había propuesto a todos los Estados italianos una confederación aduanera, como principio de una alianza política, con la cual se habrían ayudado mutuamente para sofocar las revoluciones internas, sin acudir a las armas extranjeras; luego, había propuesto también al rey Carlos Alberto una alianza de defensa militar, a la que se habían adherido todos los príncipes italianos. Pero Turín no consintió, porque quería la unidad pero no la unión, de la cual, según el proyecto del Papa, Roma hubiera sido el centro. Declarada la guerra, había suplicado afectuosamente (**Es3.330**))
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