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((**Es3.299**) con su ejemplo. Por eso quiso el Salvador tener por discípulos hombres rudos y con no pocos defectos, para enseñar a los investidos de autoridad cómo deben tratar a los sometidos a su dirección... En cuanto al segundo principio, decía San Vicente que es propio del hombre equivocarse, como es propio de las zarzas tener espinas punzantes; que el justo cae siete veces al día, es decir, muchas; que el espíritu, lo mismo que el cuerpo, tiene sus enfermedades; que, dado que el hombre debe hacer un continuo ejercicio de paciencia consigo mismo, no es nada extraño que también la ejercite con los demás; la verdadera justicia conoce la compasión y desconoce la cólera; las palabras que nos hieren son más un ímpetu de la naturaleza que indisposición del corazón; los más sabios no andan libres de las pasiones; y éstas los hacen proferir, a veces, ciertas expresiones de las que luego se arrepienten; en cualquier sitio donde uno se halle, le toca siempre sufrir; pero que, como es posible merecer al mismo tiempo, resulta muy útil proveerse de dulzura, porque sin esta virtud se sufre, pero sin mérito y con peligro de la salvación eterna. <((**It3.383**)) si, a su pesar, aparece en él una alteración exterior, se serena presto y vuelve a su estado natural. Si se ve obligado a reprender o a castigar, cumple su deber sin dejarse llevar por el primer ímpetu: imita en esto al Hijo de Dios que llamó a San Pedro Satanás, reprochó a los judíos su hipocresía, y derribó las mesas de los que comerciaban en el templo, pero todo lo hizo con la mayor tranquilidad; mientras que un hombre sin dulzura, en semejantes circunstancias habría actuado con cólera. >>El segundo momento de dulzura está en la afabilidad, en una serenidad del rostro que inspira confianza a todo el que se acerca. Hay personas cuyo semblante amable y sonriente agrada a todos; desde el primer momento parece que ofrecen su corazón y cautivan; otros, por el contrario, se presentan con aire reservado y su mirada seca y ceñuda asusta y desconcierta. Un sacerdote, un misionero, sin maneras insinuantes, que cautiven los corazones, no conseguirá jamás provecho alguno y será como un secadal que no produce más que cardos. >>Finalmente, el tercer momento de la dulzura consiste en (**Es3.299**))
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