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((**Es3.288**) Sabía encontrar para cada ocasión las palabras propias, lo mismo en público que en privado, de acuerdo con los caracteres. Había que haberla visto, haberla oído para hacerse una idea de la eficacia de sus sentencias. Después de sus afectuosos reproches se vieron las lágrimas en los ojos de chiquillos, muchachos, jóvenes y mayores, y hasta de los mismos clérigos. Lo más sorprendente en ella era que su natural, siempre en calma, pasaba repentinamente del reproche a la alabanza. Acababa de avisar a uno, aparecía otro de buena conducta y le decía: -íHola, ven aquí! Sigue siempre así. íDon Bosco está contento de ti y también el Señor! No te olvides del premio reservado en el paraíso para los buenos, procura merecerlo. Con todo esto no queremos decir que la elocuencia de Margarita produjera siempre efectos infalibles. Había algunos pícaros que, mientras la Mamá reprendía, escuchaban con los ojos bajos y, cuando se alejaba, se permitían cualquier mueca. Y, a lo mejor, acaecía una escena graciosa: se abrían los postigos de una ventana y aparecía don Bosco. El bribonzuelo pillado in fraganti, se tapaba ((**It3.369**)) la cara con las manos. Margarita en tanto, persuadida de que había logrado convencerlo, subía a la habitación de su hijo y exclamaba: -íPobrecillos!, si no se les habla claro, no entienden; pero les he puesto las orejas coloradas y verás cómo cambian de conducta. Tienen buen corazón, pero son tan niños y reflexionan tan poco... íTengamos caridad con ellos! íLa caridad triunfa siempre! Sin embargo, no era tan fácil engañar a la buena madre porque, como afirmaba don Bosco, ella conocía no sólo la índole y la conducta de cada uno de los asilados, sino que, además, adivinaba fácilmente las intenciones y se equivocaba pocas veces. El sábado por la tarde, los artesanos llegaban a casa con el jornal de la semana y, como estaba prescrito, lo entregaban a don Bosco. Un picarón quiso un día guardárselo. Se arañó la cara y, lloriqueando, se presentó a don Bosco, contando delante de sus compañeros, que unos ladrones le habían robado sus pocos dineros y encima le habían dado una paliza por intentar defenderse. Don Bosco le compadecía, cuando mamá Margarita, acercándose a su hijo, le dijo en voz baja: ->>Y tú le crees? -Sé que quiere engañarme, le respondió don Bosco en voz baja para no ser oído; pero, si no hago como que lo creo, perdería su confianza en mí. Don Bosco se comportaba así para lograr, sin avergonzarlo en (**Es3.288**))
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