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((**Es3.267**) todo y ligarlo a don Bosco con un vínculo de sincerísimo afecto. A partir de aquel momento, el muchacho se sintió totalmente cambiado. Mientras tanto habían entrado en el Oratorio y se habían acercado a él algunos compañeros de su pandilla. Al saber don Bosco que les gustaba cantar, les invitó a hacer una prueba de su saber. Condescendieron enseguida; el capitanejo se puso en medio de ellos, cercados ya de un montón de muchachos que habían acudido para gozar de aquella novedad, y cantaron algunos trozos de ópera. El director del coro eligió los que mejor ((**It3.340**)) expresaban las condiciones de su alma. Las melodías fueron muy aplaudidas y don Bosco se decidió a hacerse cargo de aquel muchacho. A partir de entonces frecuentó éste el Oratorio festivo con ejemplar asistencia, arrastrando consigo a varios de sus compañeros. Pero estaba en la más profunda ignorancia de la doctrina cristiana, que había olvidado totalmente; hasta el padrenuestro, por lo cual unos años antes, aún cuando había sido admitido para la comunión, el párroco de San Agustín no le permitió recibirla. Don Bosco enternecido por su desgraciada situación, en su segundo encuentro le invitó amablemente a que fuera al coro de la capilla, diciéndole que pronto iría él allí para confesarle. Era su costumbre dar una vuelta por el patio, mientras jugaban los muchachos, para recoger a los que su ojo penetrante, diríamos inspirado, descubría que necesitaban de su caridad. El hecho es que habiéndose adherido este nuevo amigo a la primera invitación, encontró ya reunidos para el mismo fin a otros muchachos. Al llegarle el turno, abrió su corazón a don Bosco y oyó unas palabras que infundieron en su alma una paz inefable. Después de la confesión se ofreció don Bosco para instruirle en los rudimentos de la fe; pero como necesitaba una instrucción particular, lo puso en manos del buen sacerdote don Pedro Ponte, por aquel entonces su huésped. Este le recibía todos los días y le enseñaba el catecismo. No fue un trabajo díficil, dada la atención y el ingenio del alumno y el recuerdo de las lecciones que ya había aprendido en la parroquia, de modo que, quince días más tarde, hacía su primera comunión de manos del mismo don Bosco. El Oratorio se convirtió en adelante en el lugar de su predilección: iba a él cada día y frecuentemente varias veces al ((**It3.341**)) día. Aprendió música, que pronto pudo ejecutar en el Oratorio y fuera. Su hermosa voz dominaba armoniosamente la de los compañeros cuando por la noche, al salir de la escuela cantaba por las calles varias canciones a la Virgen, mientras todos volvían a su casa acompañados por don Bosco durante un corto trecho. (**Es3.267**))
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