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((**Es3.266**) Y los demás le siguieron. Al llegar al lugar, encontró la puerta cerrada, porque los muchachos del Oratorio se habían retirado ya a la capilla. Pero nuestro héroe no se dejó vencer por tan pequeños obstáculos y encaramándose a la tapia, al ver que no había nadie en el patio, saltó a él como un gato. Estaba curioseando, y mientras observaba el pobre Oratorio, que a él parecía no podía ser más que una cochera o un sotechado, fue visto por alguien, fue interrogado y conducido a la iglesia. Desde el primer instante quedó maravillosamente sorprendido al contemplar tantos muchachos de su edad, índole y condición, modestamente devotos, pendientes de los labios de un chiquito y venerado sacerdote, que les hablaba con sencillez, dulzura y afabilidad. Era el teólogo Borel que predicaba, y que precisamente hablaba de los corderos y los lobos, resaltando que los primeros eran los muchachos inocentes y los segundos los compañeros maliciosos y perversos. -Si no queréis, les decía, si no queréis ser devorados por los lobos rapaces, huid, queridos muchachos, de las malas compañías, de los que blasfeman, de los que hablan desvergonzadamente, de los ladrones, de los que viven alejados de la Iglesia. Venid los días de fiesta al Oratorio. Aquí os encontraréis resguardados en el redil; aquí no entran los lobos, y, si entrasen, hay aquí ((**It3.339**)) también perros fieles, hay buenos sacerdotes, buenos asistentes, que os defienden y os custodian. Estas y otras parecidas palabras causaron profunda impresión en el corazón de aquel muchacho, que no había oído en toda su vida un sermón más a propósito y más cariñoso. Terminada la breve plática, se entonaron letanías y él, que tenía una voz hermosísima y sentíase apasionado por la música, tomó parte en el canto transportado de gozo. La inefable alegría que él experimentaba por vez primera era una llamada de Dios que lo atraía hacia El. Impaciente por conocer a don Bosco, preguntó a uno del Oratorio al salir de la capilla: ->>Quién es don Bosco? >>Es acaso ese cura pequeño que predicaba? -No, respondió el interrogado; ven conmigo y te presentaré. Y lo llevó ante él que estaba rodeado de un grupo de muchachos. Don Bosco lo recibió con tal cariño, que el jovenzuelo quedó profundamente conmovido. Después de unas preguntas sobre su estado y condición le invitó a tomar parte en los juegos, le hizo cantar solo, alabó su hermosa voz, le prometió que le haría aprender música y cien cosas más. Una palabrita al oído, una de aquellas poderosas palabras, cuyo secreto solamente él poseía, acabó por ganárselo del (**Es3.266**))
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