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((**Es3.237**) como a un enemigo declarado de la Iglesia. Mas, si a causa del desenfreno de la prensa tocó llorar a los padres jesuitas, a las Damas del Sagrado Corazón y a otras dignísimas personas de Turín, ciertamente no ((**It3.300**)) tuvo mejor suerte don Bosco. También él fue pronto blanco de insultos y amenazas. Más aún, sucedió que, desde el comienzo de las malentendidas libertades, púsose en riesgo la vida del buen padre, y, por tanto, la existencia de nuestro Oratorio. A pocos metros de la capilla de San Francisco de Sales, hacia poniente, levantábase entonces una tapia, que la separaba de los huertos y prados de Valdocco, que se extendían por entonces hasta la ribera derecha del Dora. Hoy está aquello cubierto de fábricas, casas y edificaciones, pero entonces estaba todo desierto. Pues bien, en la primavera de aquel año, un domingo por la tarde, estaban los muchachos del Oratorio reunidos en sus respectivas clases de catecismo y don Bosco enseñaba a los mayores en el coro. Explicábales el amor inmenso de Jesucristo al hacerse hombre, padecer y morir por nosotros. Había, a pocos metros de la tapia, un ventanuco cerrado, que correspondía al lugar donde él se encontraba, y una puerta abierta del otro lado que iluminaba su persona. Cuando he aquí que un facineroso, con un arcabuz al hombro, poseído de no sé qué espíritu maligno, apostado tras la tapia, saltó sobre los hombros de un cómplice, y asomándose por encima de la tapia, apuntó al ventanuco del coro y disparó. El tiro iba dirigido al corazón de don Bosco; pero, gracias a Dios, erró el disparo. Un grito universal respondió a la detonación, después un profundo silencio, y los muchachos asustados tenían sus ojos fijos y desmesuradamente abiertos en él. El proyectil veloz como un rayo, horadó el vidrio de la ventana sin astillarlo, pasó bajo el brazo izquierdo y el costado y le arrancó un trozo de sotana del pecho y de la manga. Se clavó en la pared de la capilla y cayeron varios centímetros cuadrados de yeso. Don Bosco casi no advirtió más que un ligero choque, como si alguno ((**It3.301**)) al pasar le hubiese rozado la sotana. Pero no se descompuso y tuvo la serenidad y tranquilidad de espíritu de calmar el indescriptible susto de los muchachos, ante aquel hecho sacrílego, diciéndoles sonriendo: -íHola! >>Os asustáis con una broma de tan poca gracia? No es mas que una broma. Hay gente maleducada que no sabe bromear sin faltar a la delicadeza. íMirad!, íme han roto la sotana y han caído unos cascotes de la pared! Pero volvamos a nuestro catecismo. La jovialidad de don Bosco y el verle sano y salvo de tan vil atentado, tranquilizó a todos. Al acabar el catecismo, don Bosco, siempre sereno, cantó las vísperas, predicó, dio la bendición y después se (**Es3.237**))
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