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((**Es3.201**) sus modales joviales y afectuosos se ganó enseguida a todos y les narró la vida de San Julio, con gran gusto de aquella gente, poco acostumbrada a panegíricos de santos. De allí pasó a los seminarios menores de Gozzano y San Julio, en la diócesis de Novara, y se hospedó en casa de los señores Razzini. Llegó a Stresa, pasando por Arona y San Carlone. Con gran pena supo, al llegar, que el abate Rosmini estaba ausente. Pero el padre Fledelicio lo recibió con grandes agasajos porque esperaba que don Bosco se hiciese rosminiano. Le acompañó a las islas Borromeas, a Intra, Pallanza y al santuario de Santa Catalina del Sasso, al otro lado del lago Mayor, en donde se contempla una gran peña casi milagrosamente suspendida en el aire sobre el sagrado edificio. Entre tanto, preguntando y observando, conoció perfectamente el espíritu de los Rosminianos y constató que no andaban de acuerdo con el suyo en varias opiniones y determinados principios. Sin embargo, no soltó palabra que descubriese su pensamiento. Contento con las cariñosas demostraciones de aquellos novicios y de sus superiores, volvió a Turín pasando por Arona, Novara, Vercelli y Chivasso. Hubo graciosas escenas provechosas para el alma, en las ventas donde se detuvo para refocilarse y, según costumbre, ((**It3.251**)) también confesó a cocheros y a mozos de cuadra. El viaje duró casi doce días. El señor Bocca fue enseguida a ver al teólogo Carpano y le dijo: -El domingo pasado usted no estaba en su sitio en el Oratorio y se puso a hacer esto y esto. ->>Por quién lo ha sabido? -Por el mismo don Bosco. Y el Teólogo, que era temperamentalmente sanguíneo, se quitó el bonete, lo arrojó indignado al suelo y exclamó: -Ya está; ya han corrido a contárselo todo. >>Quién se lo ha dicho? Pero enmudeció y se calmó cuando supo que el mismo don Bosco había adivinado o visto su ausencia. También constató el señor Bocca que eran verdad las palabras de don Bosco relativas a los dos jóvenes cantores. Don Bosco permaneció poco tiempo en Turín. El día 2 de octubre, según lo había preparado el teólogo Borel, fue de paseo con todos los oratorianos a Superga, donde habían mandado preparar un canasto de uvas para merendar; y desde allí siguió a pie con algunos alumnos para la excursión de costumbre a I Becchi. Le acompañaba su madre, con la cesta al brazo. Mientras anduvieron por las calles de la ciudad, ella iba platicando con su hijo (**Es3.201**))
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