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((**Es3.161**) que acuden a ellos. -Y explicando la razón de sus concesiones a don Bosco, añadía: -Dada la circunstancia de que muchos muchachos son forasteros y que los demás son por naturaleza volubles e inconstantes, sin los Oratorios que de tan bonita manera los atraen, muchos no irián a la iglesia y crecerían ignorantes y díscolos. -Los párrocos se aquietaron sin oponerse a su decisión y don Bosco se complacía en llamar al Oratorio: <>. La carta del Arzobispo consoló a don Bosco y alentó más aún a sus catequistas que no ahorraban fatigas y cuidados para que los hijos del pueblo se preparasen a recibir los santos sacramentos con las debidas disposiciones, asistiesen al triduo de preparación que comenzaba el jueves santo, a la misma hora destinada antes al catecismo, y pusieran en práctica las breves pero entusiastas exhortaciones que don Bosco les daba de tanto en tanto. El celo y el espíritu de don Bosco se transfundía en los jóvenes catequistas porque, aunque no convivían ((**It3.198**)) con él, siempre estaban a su lado, ya uno ya otro, de la mañana a la noche, seguían minuciosamente cada uno de sus pasos, quedaban edificados de sus ejemplos y le imitaban hasta en los actos de piedad que parecían de menor importancia. Permítasenos una digresión al llegar a este punto. El espíritu religiosos de don Bosco se manifestaba continuamente de un modo especial en el respeto, amor y estima por todos los actos de culto y prácticas de piedad que la Iglesia aprueba, promueve y recomienda, aún sin imponerlos. Tales son, por ejemplo, el empleo de los sacramentales, la asistencia a las funciones de la iglesia, el rezo del santo rosario en común, la inscripción en las cofradías, el rezo del Angelus, la bendición de la mesa y el ejercicio del Viacrucis. Era vivísima su devoción a los misterios de la pasión y muerte de Jesucristo. Meditaba sus dolores con amor y hablaba de ellos de tal forma que se conmovía, se le ahogaban las palabras y excitaba al llanto a los oyentes. Recomendaba a todos sus subordinados esta tierna devoción y hablaba de ella con ternura en el tribunal de la penitencia; por eso ya el año anterior había presentado al Arzobispo la siguiente súplica, firmada por el teólogo Borel. <(**Es3.161**))
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