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((**Es3.159**) -íNo! -Pues entonces volved de nuevo y decidle en mi nombre que tenga la bondad de examinaros. Volvieron los muchachos. No estaba el párroco y se encontraron en la sacristía con un empleado de la parroquia, a quien repitieron su petición en nombre de don Bosco. El sacristán se los quedó mirando de pies a cabeza. Eran todos crecidos y algunos ya se afeitaban. ->>Cómo?, exclamó con ironía; íqué extraño!, >>aún tenéis que hacer la primera comunión? >>Los chiquitos éstos? íLo habéis dejado para muy tarde, a lo que parece! íNo está mal! Y continuó por este estilo. ((**It3.195**)) Aquellos pobres muchachos, que habían hecho un esfuerzo para sujetarse a presentarse a examen, volvieron a don Bosco avergonzados y humillados, protestando que no querían saber más de exámenes. Entonces se presentó don Bosco al Arzobispo para exponerle la situación. Monseñor se tomó tiempo para reflexionar y prometió contestarle por escrito. Mientras tanto don Bosco, al acabar la semana de Pasión, anunció en el Oratorio que, durante la Semana Santa, se haría un triduo de predicación en los días y horas que él juzgó eran lo más cómodo para sus muchachos. La voz de don Bosco, del teólogo Borel y de otros santos sacerdotes no cesó de enfervorizar en esta semana, durante años y años a aquellos grupos que se preparaban para recibir dignamente el pan de los ángeles. Pero como el número de los que acudían a confesarse era superior a todo lo imaginable, don Bosco les señaló días distintos para cumplir con sus deberes religiosos. El lunes santo por la mañana empezaban las confesiones de los más pequeños, que aún no habían sido admitidos a la sagrada comunión. Recomendaba a los confesores por él invitados, que trataran a éstos con mucha paciencia y caridad; que les inspiraran gran confianza para conseguir de ellos una acusación sincera; que infundieran en sus corazones un santo horror al pecado, ya que también ellos eran capaces de ofender a Dios; que les inspirasen verdadero dolor de sus pecados; y, por cuanto fuese posible, no los despidieran sin darles la absolución. Para los que debían recibir la primera comunión, si eran muchos, fijaba un día distinto para ellos solos. No tenía en cuenta la edad, ni ciertas costumbres; cuando sabían distinguir entre pan y pan y estaban suficientemente preparados, los hacía comulgar. Tenía prisa de que Jesús tomara a tiempo posesión (**Es3.159**))
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