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((**Es3.118**) de todos los muchachos; la capilla se convertía para ellos en un paraíso; su devoción resplandecía con más brillo y era más atrayente a los ojos de los que les contemplaban. La felicidad de don Bosco llegaba al colmo al persuadirse de que todos estaban en gracia de Dios y al verlos acercarse a la sagrada comunión por largo tiempo, hilera tras hilera. Por la tarde, después de la Bendición, don Bosco encontraba siempre nuevos modos para divertir a sus muchachos y juegos reservados únicamente para las grandes solemnidades. A la turba de oratorianos se añadían numerosos bienhechores e ((**It3.139**)) invitados. Don Bosco rodeaba todo esto de un aparato especial, disponiendo un sitio de honor para los personajes más insignes. El presidía y los pacificadores estaban en el patio, cerca, y dispuestos a remediar cualquier inconveniente. Un conjunto musical, de amigos externos, dejaba oír sus notas de vez en cuando. Comenzaba la carrera de sacos con una merienda por premio para el primero o primeros en llegar a la meta, o bien el rompimiento de las ollas llenas de chucherías. En la extremidad de una modesta cucaña esperaban colgados los objetos que serían alcanzados por los que llegaran a aquella altura para adueñarse de ellos. También se jugaba al <> (tobogán invertido) juego consistente en un plano inclinado untado de jabón, mas sin peligro alguno: empresa nada fácil, que despertaba viva hilaridad por los esfuerzos que muchos hacían para ascender, mientras su propio peso les hacía resbalar. No faltaban las luminarias de las ventanas y del patio, el lanzamiento de globos aerostáticos y los fuegos artificiales. Muchas veces el mismo don Bosco se ponía el delantal y delante de la mesita preparada al efecto, hacía juegos de prestigio con la antigua destreza de sus manos. Hacía salir de los cubiletes toda suerte de pelotas grandes y pequeñas y mil otras cosas que llenaban de asombro a los espectadores. Hacía que aparecieran objetos en los bolsillos ajenos, adivinaba las cartas que otro tenía en su mano. Poseía tal fuerza en los dedos, que cuando estaba en medio de sus muchachos, pedía huesos de albaricoques y los partía sólo con las manos. Si se encontraba entre personas que poseían dinero, pedía prestada una moneda y cuando la tenía en sus manos, decía al dueño: -íPero mire que se la devolveré hecha pedazos! -Bueno, le respondían. Miraban con curiosidad los que le ((**It3.140**)) rodeaban, tomaba él la moneda con cuatro dedos y la partía de un golpe. Estos ejercicios y juegos de prestidigitación siguió (**Es3.118**))
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