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((**Es3.100**) la transparencia del alma. Lo rodeaban con alegría inefable, y les costaba tanto separarse de su lado, que no sabían decidirse a marchar: casi era preciso que el mismo don Bosco se los quitase de encima. José Buzzetti, y cien más con él, nos contaron muchas veces que la fisonomía de don Bosco tenía una expresión simpática, tan bella, tan amable, tan angelical, que no parecía de este mundo; su mirada y su sonrisa trasparentaban el encanto de la santidad que llevaba dentro de ((**It3.117**)) sí. Cientos de veces se oía repetir a los muchachos que le rodeaban: <<íParece nuestro Señor!>>, frase que se les hizo habitual. Con todo, sería una ilusión creer que la gran amabilidad de don Bosco fuera tal vez un principio de debilidad o de defensa. Sabía enfadarse, que también la ira es instrumento de virtud, pero nunca fuera de sus límites y sólo cuando se trataba de un ultraje al honor divino. El mismo Jesucristo se irritó varias veces contra los fariseos: Circumspiciens eos cum ira (mirándoles con ira)1 y la ira bien dominada no se opone a la virtud de la mansedumbre. En el transcurso de estas Memorias también veremos brillar en este aspecto el celo de nuestro querido don Bosco. 1 Mc. III, 5 (**Es3.100**))
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