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((**Es2.71**) entrar. Y había quien se montaba sobre los hombros de algún compañero en el mismísimo umbral de la puerta... Don Cafasso llegaba puntualmente a la sala de estudio, donde se daba la clase. Rezaba devotamente el Veni Sancte Spiritus, y subía a la cátedra. Dirigía su mirada al numeroso auditorio y hacía leer una cuestión del Compendio de Alasia, con su correspondiente respuesta. Proponía, a continuación, uno o más casos prácticos, previamente preparados y ordenados de manera que abrazaran los distintos aspectos de la cuestión propuesta, hasta agotar ordenadamente toda la materia. Invitaba, después, por orden, a dos o tres alumnos a dar la solución y hacía las oportunas observaciones a las respuestas frecuentemente incompletas, contrarias o ajenas al tema. Y terminaba dando la solución completa, con palabras justas, precisas, razonadas y tan llenas de criterio práctico, que era forzoso reconocer en él al hombre de la razón. Observa don Bosco, a este propósito, en la biografía que de él escribió: <((**It2.81**)) cargo de una cuestión, apenas se le proponía; respondía con tal presteza y exactitud que ni la más larga reflexión hubiera podido pronunciar juicio más acertado. Por eso iban todos a porfía a escucharle, y cuanto más largas eran sus conferencias y los coloquios con los que iban a consultarle, era mayor la satisfacción que se experimentaba y se sentía pena al ver que se acababa la clase>>. Poseía, además, el poco frecuente y envidiable arte de saber amenizar las materias más arduas y desagradables. Apuntaba a sus labios una sonrisa que prestaba vida a los temas más áridos y pesados; sabía exponer con agradables agudezas y oportunas anécdotas cualquier caso, cuya naturaleza revestía de constante jovialidad. Sólo cambiaba de método, cuando tocaba la materia de la que dice san Pablo <> (ni mentarlo entre vosotros). Tratábala con sobriedad, pero a la vez con suficiente claridad; recomendaba a los alumnos pidieran al Señor que les asistiera con su santa gracia, y jamás salía de sus labios, en semejante materia, la menor broma ni aparecía en ellos una sonrisa; esto producía en todos una profunda impresión de hombre reservadísimo y guardián celosísimo de la bella virtud. Sus lecciones prestaban luz al entendimiento para conocer bien la moral y estimulaban los corazones para practicarla. Contaba a menudo la suerte de presos condenados a muerte o de personas de costumbres disolutas que él había ganado para el Señor, concluyendo(**Es2.71**))
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