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((**Es2.58**) aguardan con gusto. El intrépido ministro de Jesucristo continúa sus lecciones de catecismo, convida a otros sacerdotes y especialmente a sus alumnos a prestarle ayuda y consigue ganarse el corazón de aquella gente perdida. Empiezan las pláticas, siguen las confesiones. Y de esta manera, por obra de un solo hombre, aquellas cárceles, que parecían antros del infierno llenos de maldiciones, blasfemias y otros vicios brutales, se convierten en morada de hombres que se tienen por cristianos y que empiezan a amar y servir a Dios Creador y a cantar alabanzas al adorable nombre de Jesús>>. Estos frutos consoladores proporcionan desde un principio gran alegría a don Bosco, pero no deja de experimentar, a la par, una vivísima emoción de espanto y compasión. El ver en las cárceles turbas de jóvenes y hasta muchachos de doce a ((**It2.63**)) dieciocho años, sanos, robustos, de mente despejada, que pasan allí sus días ociosos, plagados de insectos, faltos de pan espiritual y material, expiando, con una triste reclusión y remordimientos, los pecados de una depravación precoz, infunde horror al joven sacerdote. Ve personificados en aquellos infelices el oprobio de la patria, la deshonra de la familia, la propia degradación; ve, sobre todo, almas redimidas y selladas con la sangre de un Dios, que gimen esclavas del vicio y en el más evidente peligro de perderse eternamente. Buscando la causa de tanta depravación en aquellos desgraciados jóvenes, le pareció encontrarla no sólo en haberlos abandonado los padres en el mismo comienzo de la vida, sino más aún en el alejamiento de las prácticas religiosas en los días festivos. Convencido de ello, se decía don Bosco: -Quién sabe si estos jóvenes hubieran tenido un amigo que se hubiera interesado amorosamente por ellos, que los hubiera atendido e instruido en religión los días festivos; quién sabe si no se hubieran mantenido lejos del mal y de la ruina y si no hubieran evitado entrar, y volver a entrar, en este lugar de castigo? Seguro que el número de jóvenes encarcelados hubiera disminuido notablemente. No sería, pues, interesante, para la religión y para la sociedad hacer la prueba en lo venidero para bien de centenares y millares de muchachos? Y rogaba al Señor le abriese el camino para entregarse a la obra de la salvación de la juventud. Comunicó su pensamiento a don Cafasso, el cual aprobó su empresa y el animó a ella. Con sus consejos y directrices se dio a estudiar la forma de llevarlo a cabo, dejando el resultado en manos de la divina Providencia, sin la cual son inútiles los esfuerzos humanos.(**Es2.58**))
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