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((**Es2.56**) de mala manera, reñían, blasfemaban y sostenían conversaciones soeces, por no decir algo peor, le representaban al vivo la verdad del sueño tenido a los diez años, y se persuadía, cada vez más, de que aquél era el campo que debía cultivar, según se lo había indicado la venerable Señora, la Santísima Virgen. Más de una vez, aquellos desvergonzados mozalbetes, al ver a aquel sacerdote, que se dirigía sólo hacia ellos y se paraba para contemplarlos, se reían de él, pero sus burlas e insultos resonaban ((**It2.60**)) en el oído del joven sacerdote como los gritos del profeta cuando exclamaba: Parvuli petierunt panem, et non erat qui frangeret eis 1. Los pequeñuelos piden pan: no hay quien se lo reparta. Por eso andaba meditando cómo recogerlos en algún sitio, alejarlos de los peligros, sacarlos del ocio y de las malas compañías, atenderlos, instruirlos, hacerles cumplir con el precepto dominical y encaminarlos a los santos sacramentos. Don Bosco se daba cuenta de que no asistían al catecismo, porque nadie los enviaba o vigilaba para que fueran. Los párrocos atendían con diligencia al sagrado ministerio y harto tenían. Los vecinos, en general, se cuidaban de enviar sus hijos a la iglesia y muchos los acompañaban; pero había dos clases numerosas de ciudadanos verdaderamente abandonados. Empezaba Turín, por entonces, a crecer: aumentaban las fábricas, y acudían a ellas millares de obreros, mayores unos y jóvenes otros, procedentes de la región de Biella y de Lombardía. Salían de sus pueblos bastante instruidos, pero una vez en Turín, no sabían adonde dirigirse ni como presentarse a los párrocos, de modo que olvidaban las verdades aprendidas y dejaban de practicar los deberes del buen cristiano. Había, además, otra parte de la plebe que habitaba en los barrios más apartados, poco accesibles a los sacerdotes, lejos de las parroquias, y que vivía en una gran ignorancia de todo lo tocante a religión. Don Bosco, pues, se encontraba frente a un campo vastísimo abierto a su celo; pero recordaba la prudente máxima de San Francisco de Sales: <>, y aunque con un poquito de santa impaciencia, esperaba la hora establecida. ((**It2.61**)) Pero el cuadro de la desolación y de la ruina de los jovencitos, faltos de religión y víctimas de los malos ejemplos, aún no estaba en la mente de don Bosco. Todavía le faltaba conocer los hospitales, entrar en las míseras viviendas de los pobres, penetrar en las 1 Lamentaciones IV, 4.(**Es2.56**))
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