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((**Es2.427**) Al llegar el domingo, dijo a su padre: -Ya que usted no quiere que vaya con don Bosco, me iré a dar un paseo. Y así lo hizo; pero fue por los alrededores del Oratorio, entró unos minutos y contó a don Bosco sus amarguras. Don Bosco, le animó: -Ven, sí, ven: es necesario para el bien de tu alma: no mientes diciendo que vas a pasear: no te preocupes, la Virgen Santísima te ayudará. El muchacho se apresuró a volver a casa y al preguntarle dónde había pasado la tarde, respondió: -He ido de paseo. Así se comportó durante dos domingos más. Pero el diablo, no se sabe por qué medio, sopló al oído de aquel padre brutal que su hijo seguía yendo al Oratorio. Entraba éste a casa, de vuelta de un recado, cuando su padre, hecho un basilisco, ((**It2.570**)) le agarra por un brazo y a grandes voces le dice: -No sabes que te he prohibido totalmente ir con esta gentuza que rodea a don Bosco? íComo sigas yendo allí, el día menos pensado te rompo la crisma! íVaya con las cosas que os enseña don Bosco: claro, muy dignas de él! íEnseñar a los hijos a desobedecer a su padre! íYa verás como nadie podrá burlarse de mí! Y aquel padre modelo, tan celoso de su propia autoridad se metió en el taller renegando y rezongando, seguido de su pobre hijo a quien tocó aguantar largo rato los injustos reproches. Atemorizado por las amenazas del padre y, al mismo tiempo, ansioso de ir con don Bosco, se encontraba en dolorosa angustia y pasaba los días amargado y triste. Llegó el sábado y se pasó casi toda la noche sin dormir. Pensaba en sus nuevos amigos, que se divertían en el patio del Oratorio, mientras él estaba condenado a estar lejos de ellos; pensaba en la confesión y el comunión que no podría recibir; pensaba en don Bosco, en su padre, en sí mismo y se deshacía en lágrimas... Pero, reanimado por la oración, se levantó, y como su padre no tenía ningún trabajo que encomendarle, de buena mañana con mucho frío, porque estaba el otoño muy avanzado, sin decir nada a nadie, se dirigió al Oratorio, donde recibió los santos sacramentos. Lleno de valor, volvió a casa y por la tarde tornó a ir a las funciones sagradas. Pero el padre, por primera vez en su vida, le había vigilado. Al anochecer, volvió el hijo. Y apenas puso los pies en el umbral de su casa, se encontró con su padre que, borracho y con una hachuela en la mano gritaba: (**Es2.427**))
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