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((**Es2.426**) La bondad de don Bosco obtuvo finalmente que el muchacho asistiera, siempre que podía, a las funciones religiosas de la mañana y de la tarde. En pocas semanas el golfillo cambió de ideas y costumbres. Cuando vio don Bosco que ya le tenía afecto y confianza aprovechó uno de aquellos momentos oportunos, que él sabía adivinar tan bien, le llamó aparte, y, paseando con él, le dijo cariñosamente: -Ven un día a buscarme allá en el coro. íYa sabes, junto al confesonario! Te diré cosas que te gustarán. Irás? íDíme que sí! Irás de veras? -íSí que iré!, respondió el muchacho con decisión. Efectivamente, una vez bien instruido, no tardó en hacer su primera confesión y su primera comunión. Escenas similares se repitieron muchas veces en aquellos tiempos y en años sucesivos. Don Bosco vencía con su prudencia y su paciente caridad los corazones más reacios y duros, los ponía en gracia de Dios y los hacía felices. Pero lo que más admira es la heroica firmeza de algunos de aquellos muchachos convertidos, para mantenerse constantes en el bien. El padre de este muchacho tenía un taller de escultura. Era un hombre ímpio e irreligioso y había dejado vivir a su hijo a sus anchas, escandalizándole con palabras indecorosas y blasfemas y obligándole con frecuencia a trabajar los domingos por la mañana. ((**It2.569**)) Estaba acostumbrado a irse a la taberna después de comer hasta muy avanzada la noche y no se había dado cuenta del cambio de conducta de su hijo. El muchacho no se atrevía a manifestarle que había hecho la primera comunión, pero algunos muchachos del vecindario le hablaron de sus asiduidad al Oratorio. Al enterarse de ello, el padre se enfureció y le dijo: -íAy de ti, si vuelves a poner los pies allí! Yo no quiero nada con esos curas: te lo prohíbo absolutamente. El hijo, que sabía hasta dónde era capaz de llegar la violencia de su padre, respondió atemorizado: -Pero, padre: qué quiere usted que haga los domingos? Me aburro en casa. En el Oratorio nos divertimos y pasamos el día muy alegres. -Te digo que no quiero, interrumpió aquél. Y basta, ípor...! Y soltó una blasfemia. -Bueno, obecederé: respondió el pobre chico, que habiendo resuelto no juntarse más con sus antiguos compañeros, se veía obligado a estar solo. (**Es2.426**))
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