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((**Es2.417**) cuarto, que llegó a ser erudito escritor, diputado en el Parlamento, hermano de un querido amigo nuestro que se hizo salesiano y murió santamente, después de haber edificado a la familia, a la sociedad y a nuestra Congregación con sus esclarecidas virtudes. Cuando estos jóvenes se presentaron a don Bosco, él les dijo la razón de su llamada, les explicó cómo había que enseñar el catecismo, el bien que iban a hacer y ellos aceptaron ir a Valdocco. Picca y Pellegrini fueron asiduos durante mucho tiempo en este santo quehacer. Anzino acudió durante un año largo; los otros se cansaron pronto y se retiraron; pero no se cansó don Bosco de dar vueltas por las escuelas y conquistar nuevos apóstoles que suplieran a los desertores. Al mismo tiempo se dedicó a organizar las clases, que no habían podido progresar hasta entonces por la vida nómada y errante del Oratorio y la larga enfermedad de su Director. Al principio, por falta de local, dos clases se reunían en la cocina y en la habitación de don Bosco; otra, en la sacristía; otra, en el coro y varias, en la misma capilla. Se comprende que estos lugares se prestaba poco para el caso. Los alumnos, lo más traviesos que pueda imaginarse, ((**It2.556**)) todo lo rompían o lo desordenaban, y las voces e idas y venidas de los unos estorbaban la labor de los otros. Pero no era posible arreglarlo de otro modo. Mamá Margarita se vio obligada a trasladar sus labores de costura de la cocina al cuartucho encima de la escalera. Es fácil imaginar la paciencia heroica de la buena mujer en medio de tanto jaleo. Algunos meses después, don Bosco pudo disponer de otras habitaciones de la planta baja, que según lo estipulado, había abandonado Pancracio Soave, y trasladó a ellas algunas clases. Dividió y subdividió éstas, de acuerdo con la mayor o menor instrucción de los muchachos, para así lograr más fácilmente el exacto desarrollo de los programas, proporcionar una enseñanza graduada y provechosa, y poder atender a los alumnos, que subieron hasta trescientos. Para alcanzar de sus discípulos un resultado más rápido y eficaz, seguía don Bosco el siguiente método: un domingo les hacía repetir una y otra vez el alfabeto y luego silabear; después ponía en sus manos el epítone del Catecismo de la Diócesis y les hacía ejercitarse en él hasta lograr que leyeran una o dos de las primeras preguntas y respuestas, que a continuación se las asignaba como lección a estudiar durante la semana. Al domingo siguiente se repetía la misma lección, les añadía otras preguntas y respuestas, y así sucesivamente. De este modo, al cabo de pocas semanas, logró que algunos leyeran (**Es2.417**))
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