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((**Es2.390**) mucho vino, maestras del bien, para que enseñen a las jóvenes a ser amantes de sus maridos y de sus hijos, a ser sensatas, castas, hacendosas, bondadosas, sumisas a sus maridos, para que no sea injuriada la Palabra de Dios>>1. Pero, como en aquella casa reinaba el santo temor de Dios, la paz y el orden, todos se resignaron y callaron, pensando en el fin noble y generoso que la movía a alejarse. Margarita se marchaba para vivir con el hijo, no para procurarse una vida más cómoda y agradable, sino para compartir con él apuros y penas para el bien de centenares de muchachos pobres y abandonados; no iba atraída por el ansia de ganancias temporales, sino por amor a Dios y a las almas, ((**It2.521**)) porque sabía muy bien que la parte del sagrado ministerio, escogida por don Bosco, lejos de ofrecerle ventajas y ganancias de ningún género, le obligaba, por el contrario, a gastar lo suyo y, después, a pedir limosna. Pero no se amilanó ante estas reflexiones; al contrario, admirando el valor y el celo del hijo, se sintió más animada a ser su compañera e imitadora hasta la muerte. Dichosos los sacerdotes que tienen madres de tanta virtud. Cuando se supo por aquellos contornos que mamá Margarita iba a establecerse con su hijo cura en Turín, tuvo lugar una escena inesperada para don Bosco. Ya hemos indicado cómo durante el tiempo de su convalecencia en I Becchi, don Bosco, víctima de su invencible inclinación, había reunido a su alrededor, muchos chiquillos de los caseríos y había organizado un Oratorio. Atraídos por su trato suave y afable, los muchachos le habían cobrado tanto afecto, que suspiraban, durante toda la semana, por el domingo para estar con él. Por su parte, los padres, y particularmente las madres, al ver a sus hijos tratados con tan buenas maneras, educados e instruidos, estaban tan satisfechas, que deseaban que aquel buen sacerdote no se marchara nunca de aquellos lugares, para que continuara aquella obra de caridad. Hasta entonces habían esperado que así fuera. Pero, al enterarse de que iba a marcharse definitivamente en compañía de su madre, se presentaron en su casa, y con toda la elocuencia de que era capaz su lengua movida por el afecto, se esforzaron para convecerle a que continuara allí. -Si hay que dar algo, decían, nosotras estamos dispuestas a ello. -Yo, si no puedo dar dinero, portestaba una, daré tela. -Y yo, prometía otra, le entregaré huevos y gallinas. ((**It2.522**)) -No tenga usted miedo, añadían una tras otra; no permitiremos que le falte nada, traeremos trigo, maíz y de todo lo que 1 Tit. II, 3,4 y 5. (**Es2.390**))
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