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((**Es2.389**) más pura virtud y estaba, por tanto, dispuesta a los sacrificios más heroicos. Don Bosco volvió a casa convencido de las razones expuestas por el Párroco. Con todo, aún le retenían otros dos motivos. Era el primero la vida de privaciones y el cambio de costumbres a que naturalmente iba a quedar sometida su madre en la nueva situación. El segundo nacía de la repugnancia que experimentaba a proponer a su madre un oficio que, en cierto modo, la ponía a sus órdenes. Don Bosco tenía tal veneración por la buena Margarita y le profesaba un respeto y amor tales, como una reina no hubiera podido pretender del más fiel de sus súbditos. Su madre lo era todo. Lo mismo que su hermano José, estaba acostumbrado a considerar como mandato inquebrantable cualquier deseo suyo. Con todo, después de haberlo pensado y encomendado al Señor, persuadido de que no había otra solución, acabó por decir: íMi madre es una santa y, por tanto, puedo proponérselo! Así que un día, tomándola aparte le dijo: -Madre, he pensado volver a Turín con mis muchachos. Pero como ya no estaré en el Refugio, necesito una persona de servicio; pero el lugar donde he de vivir en Valdocco es muy peligroso a causa de algunas personas que viven cerca, y no estoy tranquilo. Necesito a mi lado una garantía moral, una salvaguardia para alejar de los mal pensados toda suerte de sospechas y habladurías. Sólo usted me puede quitar todo temor; no vendría de buena gana a vivir conmigo? Ante tan inesperada salida, la piadosa mujer ((**It2.520**)) se quedó un poco pensativa y, luego, respondió: -Querido hijo mío, puedes imaginar lo que le cuesta a mi corazón dejar esta casa, a tu hermano y a todos los demás; mas, si te parece que esto ha de agradar al Señor, estoy dispuesta a ir contigo. Don Bosco le aseguró que era así y, dándole gracias, terminó: -Entonces, arreglemos las cosas y, después de la fiesta de Todos los Santos, emprenderemos la marcha. La verdad es que Margarita Bosco hacía un gran sacrificio al resolverse a abandonar la casa. Allí era el ama verdadera, querida y respetada por todos, grandes y pequeños; y dentro de su condición, nada le faltaba para ser feliz. No era menos penoso el sacrificio de los miembros de la familia, que se apenaron vivamente al saber que se marchaba. Perdían una madre que practicaba fielmente los preceptos de San Pablo en su carta a Tito: <(**Es2.389**))
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