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((**Es2.381**) llevase adelante bastante bien el Oratorio, sin embargo, al faltar don Bosco, parecía como que faltaban el alma y el corazón. Así que todo era un continuo hablar de él; un pedir constantemente noticias sobre su salud; un preguntarse los unos a los otros cuándo volvería; un deseo vivísimo de ((**It2.509**)) volverlo a ver pronto entre ellos. Unas semanas después de su ausencia en Turín, empezaron a impoturnarle los muchachos con sus cartas; después, convenidos y divididos en pequeños grupos empezaron a ir a visitarle, aún cuando tenían que recorrer no menos de veinte millas para ir y volver. Ordinariamente salían de mañana y volvían de noche. A veces él hacía quedarse y hospedaba a algunos, entre ellos a José Buzzetti. A más del gusto de volverle a ver y de entretenerse con él, tenían otra razón sus visitas, como era el saber que los muchachos de aquellos lugares empezaban ya a rodearle y a darle ocasión de organizar un pequeño Oratorio en su casa. Al saber esto, algunos confesaron ingenuamente que sentían algo de envidia y miedo a que se lo arrebataran. Un día uno de ellos le dijo sonriendo: -O vuelve usted a Turín, o nosotros transportamos el Oratorio a I Becchi. El les consoló diciendo: -Seguid, amigos míos, siendo buenos y rezando, y yo os prometo que volveré a estar con vosotros antes de que caigan las hojas de otoño. Aunque con estas visitas no podía gozar de un descanso completo ni tener la tranquilidad que los médicos le habían prescrito, sin embargo constituían para él una suave medicina y consuelo el celebrar su llegada, hablar con ellos por lo largo de todo lo que sucedía en el Oratorio, a veces confesar a algunos y darles buenos consejos. Mientras tanto los muchachos, entusiasmados, contaban a los nuevos amigos de Castelnuovo y de Morialdo cosas admirables de don Bosco, sin olvidar aquel toque inexplicable de las campanas que repicaron solas al llegar ellos a la Virgen del Campo. Naturalmente sacaban la consecuencia de que ellos, los muchachos del Oratorio, eran hijos predilectos de la Virgen Santísima. Pero estos relatos no fueron acogidos favorablemente por parte de los muy juiciosos, a quienes repugnaban las ideas de cosas sobrenaturales, no demostradas, según ellos, e hicharon ((**It2.510**)) las narices de algunos exaltados por los escritos de Gioberti, que tenían entre ceja y ceja la obra de don Bosco y exclamaban: <<íCosas de los jesuitas!>> Y así de estos malintecionados empezaron a burlarse en sus conversaciones de nuestro buen padre, satirizando no sólo las campanas, sino hasta las campanillas (**Es2.381**))
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