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((**Es2.376**) para amueblar la paupérrima habitación. Don Bosio, compañero de seminario muy amigo de don Bosco, elegido por la Marquesa para capellán del Hospitalillo, no tardó en ocupar el cargo. Entretanto, el Oratorio no andaba sin jefe: el teólogo Borel había tomado la dirección, apenas vio que don Bosco cayó enfermo. Mas, como no podía él solo atender a tantos muchachos en las funciones de iglesia, en la asistencia a los juegos, en buscar trabajo a los que no lo tenían, invitó al teólogo Vola, al teólogo Carpano y al sacerdote Trivero para que le ayudaran en el trabajo mañana y tarde. Los celosos eclesiásticos acogieron de buen grado la invitación, y se entregaron con toda su alma a la buena marcha de la obra. A veces los ayudaba para el catecismo don Pachiotti, del Refugio. Durante los cuatro meses de ausencia suplieron éstos al fundador del Instituto. Pero tuvieron que ganarse el aprecio y la amistad de aquella ((**It2.502**)) turba, como lo había hecho don Bosco, a costa de grandísima paciencia, de dura abnegación y de gastos no pequeños. Aprendieron qué era tratar con muchachos, ajenos en su mayoría a toda suerte de educación, muchos, con frecuencia, sin un pedazo de pan que llevarse a la boca, corrompidos a veces y andrajosos y sucios del todo. Para colmo les tocó, como suele acaecer a cuantos quieren hacer el bien, tener que aguantar no pocas contradicciones y críticas. Entonces entendieron cuáles fueron las delicias de don Bosco en esta tarea y a costa de cuántos sudores había logrado adueñarse de aquellas almas, y se convencieron de que sólo el premio celestial podía compensar tantos sacrificios. Entretanto, aumentaban cada día las necesidades y gastos del Oratorio, para la capilla y las fiestas, para los juegos, las rifas, las meriendas o desayunos para algunos o para todos en ciertas solemnidades, los socorros que había que proporcionar a los más pobres y para el alquiler de los locales necesarios. Pero siempre llegaba el socorro de la Divina Providencia. Cuando iban todos los muchachos de excursión, el teólogo Carpano solía proveer de cuanto era necesario para la comida o la merienda, gastando para ello cuanto recibía de la bondad de su acaudalado padre. El abogado Claretta había entregado una bonita cantidad, el conde Bonaudi fue dando durante varios años treinta liras al mes, don Cafasso pagaba los alquileres. La marquesa Barolo y el conde de Collegno habían dado aquel mismo año otras limosnas. Todo esto se lee en unas memorias, cuyas notas y cifras escritas de puño y letra por el teólogo Borel, comienzan con fecha de los últimos meses de 1844 y terminan en 1850 inclusive. En estas memorias están anotadas todas las cantidades que (**Es2.376**))
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