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((**Es2.338**) pidiéndole que les confesase. Y don Bosco con gran placer, les hacía este favor. Como quiera que los guardias que debían vigilarle eran ((**It2.448**)) cambiados cada domingo, se puede decir que todos se confesaron y comulgaron. Con lo cual se hicieron amigos del Oratorio, y los que al principio se apostaban en diversos puntos de la ciudad para impedir eventualmente que los muchachos recogidos por don Bosco levantaran tumulto, persuadidos ahora de su engaño, ya no pensaron más en tomarse semejante molestia. Decía un día don Bosco: -íSiento no haber hecho sacar una fotografía o un dibujo de los muchachos de aquellos tiempos, para que ahora se viese cómo estaban en la iglesia, qué ordenados iban a clase, y cuántos y cómo eran! Sería un hermoso cuadro, creo yo, poder contemplar varios centenares de jóvenes sentados y atentos, escuchando mi palabra, entre seis guardias municipales uniformados, colocados por parejas, firmes, en tres puntos distintos de la iglesia, con los brazos cruzados, oyendo también ellos el mismo sermón. Y me asistían tan maravillosamente a los muchachos, aunque únicamente habían venido para vigilarme a mí. Hubiera sido precioso pintar a estos guardias, cuando con el dorso de la mano se enjugaban las lágrimas, o escondían su cara con un pañuelo para que los otros no viesen su emoción. O bien dibujarlos, de rodillas entre los muchachos, en derredor de mi confesonario aguardando su turno. Yo predicaba más para ellos que para los muchachos. Sin embargo don Bosco no quiso, en su admirable prudencia, que el marqués de Cavour quedase bajo la impresión de una especie de derrota, a la que se vería sometido con desdoro de su parte. Así que buscó la recomendación de una persona querida por el Marqués y, después de cierto tiempo, alcanzó que le presentara un noble amigo. Calmó con su dulzura el ánimo irritado del Marqués, manifestóle la sincera veneración que le profesaba, disipó con pruebas evidentes las deplorables equivocaciones, explicó los motivos de su resistencia y le pidió su apoyo. ((**It2.449**)) Al término de la conversación, declaróse el Marqués satisfecho de sus aclaraciones, reconoció la utilidad de aquellas reuniones en favor de la juventud y prometióle dejar en paz el Oratorio. Don Bosco le había explicado todo lo que hacía con los muchachos. -Pero de dónde saca usted el dinero para sostener tantos gastos?, interrumpió el Marqués. Don Bosco, con la sonrisa en los labios, levantando los ojos al cielo, respondió: (**Es2.338**))
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