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((**Es2.292**) saltar alocado. Los peligros de las grandes ciudades son graves para todos, pero mil veces más para el joven inexperto. Mi padre me había recomendado a un amigo suyo, hombre generoso y ejemplar en religión. Este me buscó un amo, que me daba comida y trabajo durante la semana. Pero, cómo pasar los días de fiesta? A veces me llevaba con él a misa, a los oficios religiosos, al sermón, y después me dejaba en libertad. Pronto me encontré con algunos compañeros que me invitaron a jugar, a echar una partida en la taberna o en el café, donde era inevitable la ruina moral para uno como yo, que apenas contaba los quince años. >>Un día me dijo el buen amigo de mi padre: >>-Pablito, no has oído hablar de un Oratorio al que van muchísimos muchachos los días de fiesta? >>-Y qué hacen en ese Oratorio? >>-Pues cumplen allí con sus deberes religiosos y después se divierten con juegos de toda clase, con cantos y música. ((**It2.386**)) >>Yo, lleno de curiosidad, le interrumpí: >>-Y por qué no me ha llevado nunca allí? Por dónde se va? >>-Te llevaré otro domingo, y te recomendaré al director para que te atienda de un modo especial. >>Los días de aquella semana me parecieron años. En el trabajo, en la comida y hasta en el sueño me parecía oír música, ver carreras y juegos de toda clase. Por fin llegó el domingo: mi protector, impedido por asuntos familiares, no podía acompañarme. Como yo estaba nerviosísimo, le pedí con impaciencia las señas necesarias, y allí me fui corriendo. Eran las ocho de la mañana cuando yo llegué al suspirado Oratorio. Vi un prado, cercado por un seto de boj, en el que se divertía una multitud de jóvenes, pero no gritaban. Un buen número de ellos estaba de rodillas cerca de un sacerdote, que oía sus confesiones, sentado en un extremo del prado. >>Quedé estupefacto, extático ante un mundo nuevo, lleno de curiosidades jamás vistas. Un muchacho se dio cuenta de que yo era un forastero; se me acercó y amablemente me dijo: >>-Amigo, quieres jugar conmigo al tejo? >>-Era éste mi juego favorito, así que, la mar de alegre, acepté la invitación. Al acabar la partida, sonó una trompeta que impuso silencio a todos. Dejaron los juegos y se reunieron cerca del sacerdote, que después supe era don Bosco: >>-Mis queridos amigos, dijo éste en alta voz, es la hora de misa: hoy iremos a oírla al Monte de los Capuchinos; después de misa desayunaremos. Los que no han podido confesarse hoy por falta de (**Es2.292**))
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