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((**Es2.266**) y se ofrecía para ello a centros privados donde la instrucción religiosa no se daba con regularidad. Prefirió entre ellos la Academia de Gramática del profesor Bonzanino y la de Retórica del profesor don Mateo Picco, cuyos alumnos pertenecían a familias distinguidas de Turín. Con satisfacción de ambos maestros iba a sus clases todos los sábados. Su atrayente palabra, su trato afectuoso, lleno de candor y sencillez, se adueñaban de los corazones de los escolares. Su aparición en el aula era siempre acogida con gran alegría. Los temas que exponía los sacaba de la Historia Sagrada, y estaba tan encariñado con todo lo relacionado con la clase, lo hacía tan a gusto, que no faltó nunca a la hora señalada durante los casi diez años que la atendió. Su última pretensión era recomendar a los alumnos la frecuencia de la confesión y comunión. Aunque era manifiesta la sinceridad del celo de don Bosco, no todos juzgaban bien su actuación en las escuelas de la ciudad. Tampoco pasaba inadvertida la reunión de tantos muchachos en casa Moretta y daba que hablar a los ociosos. Por vez primera se establecían en el país escuelas de este género, y por eso levantaron gran ruido, favorable en un sentido y contrario en otros. Durante aquel invierno de 1845 y 1846 empezaron a propagarse ciertas habladurías, que proporcionaron algunos disgustos a los muchachos más que a don Bosco. Opinaban muchos, y aún personas serias, que la obra de don Bosco era inútil y peligrosa. Algunas malas lenguas de la ciudad empezaron a llamar revolucionario a don Bosco, otros loco, otros hereje. Decíase que el Oratorio era un pretexto inventado para alejar a la juventud de las parroquias y ((**It2.350**)) enseñarles máximas sospechosas. Esta última acusación, la más extendida, se fundaba en la falsa creencia de que don Bosco fuera partidario de una pedagogía que tenía con razón fama de dudosa, después de la resistencia del Arzobispo; y, además, al observar que don Bosco, aunque no toleraba el pecado ni nada contrario al orden ciudadano, permitía, sin embargo, a sus muchachos toda clase de juegos bulliciosos. El antiguo sistema de educación en las escuelas se regía por el rostro severo del maestro y la palmeta. Y las innovaciones de don Bosco parecían demasiado abiertas a la libertad. Don Bosco trataba de disculparse ante sus críticos cuando se los tropezaba por la calle o cuando le iban a visitar; pero sus esfuerzos por presentar las cosas en su realidad, no eran bien interpretados. Creemos que estos tales, entre ellos sin duda algunos partidarios de las ideas sectarias, hablaban así para apartar de él a los muchachos y acabar con sus reuniones festivas; pero los que le conocían bien, lejos de perder la estima en (**Es2.266**))
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