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((**Es2.240**) toldos, casetas, puestos, carretillas, subdivididos, a su vez, por calles y callejas. Es el conjunto más singular que pueda imaginarse. La calle que va hacia el norte sale al mediodía de un amplio espacio cuadrado, cercado por tres lados de amplios pórticos: se llama plaza de Milán y también Porta Palazzo, ((**It2.312**)) porque, a pocos pasos, está el palacio real. Al extremo opuesto, esa misma calle se abre a otro espacio cuadrado sin pórticos, llamado Plaza de los Molinos, donde estaba el Oratorio de don Bosco. Estas plazas, más pequeñas, forman un todo con la plaza principal en la cual hay centenares y centenares de vendedores, a los que acuden compradores de toda la ciudad, especialmente para abastecerse de víveres. Desde por la mañana hasta hora muy avanzada reina en ella un maravilloso y animadisimo ir y venir de gentes. A ellas hay que añadir los carros de los hortelanos procedentes de los pueblos vecinos, cargados de mercancías, la multitud de vendedoras con sus canastas alineadas en las inmediaciones, los titiriteros, los copleros, los charlatanes, las floristas y los barberos de aquellos tiempos, que afeitaban al aire libre a las personas y esquilaban a los perros; los grupos de curiosos desocupados, y las pandillas de chavales que correteaban por todas partes. Con todo ello tendrá el lector una descripción bastante completa de la realidad. Los mostradores estaban, en su mayor parte, a cargo de vendedoras que se sentaban tras ellos como reinas en su trono. Con ellas no se podía bromear, porque corría por sus venas toda la sangre de la dignidad ciudadana. Por antiquísima tradición exigían respeto y trato de usted y de señora. Si un comprador las tuteaba, respondían inmediatamente con desdén: -Señor, desde cuándo hemos comido juntos en el mismo plato? Lo cual no quita que fueran unas mujeres de pueblo bonísimas, devotas de Nuestra Señora de la Consolación y de un corazón que se les escapaba por los poros. El Cottolengo y otras obras piadosas, necesitadas de la caridad, recibieron siempre el fruto de su generosidad. El que pasaba entre ellas, para hacer la colecta, volvía a su Hospicio con el carrito lleno de mercancías. Pedimos excusas al lector por la digresión: nos parecía necesario describir esta plaza y los nombres de sus partes, porque fue el teatro de varias escenas simpáticas de don Bosco, que a su tiempo relataremos. ((**It2.313**)) Don Bosco era conocido en aquel mercado. Las mujeres hablaban frecuentemente de cómo atendía él a los hijos del pueblo, de su catequesis en la capilla de los Molinos. A más, iba él, de cuando en cuando, a comprar fruta para regalarla a sus muchachos. Muchos admiraban ya su virtud. Una prueba indirecta de esta estima (**Es2.240**))
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