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((**Es2.239**) soltar palabras violentas desde las ventanas contra ellos. Luego, pre sentaron graves quejas en el Ayuntamiento de la ciudad, pintando aquellas reuniones con los más negros colores. Tomando pie de la rapidez con que los muchachos obedecían a la menor señal de don Bosco, empezaron a decir que se trataba de reuniones peligrosas; que de un momento a otro aquellos juegos podían convertirse en un movimiento revolucionario. íBuena revolución podían levantar unos muchachos ignorantes, sin armas ni dinero! Con todo, el rumor iba creciendo. Calumniaban a los muchachos: decían que ocasiona ban desperfectos en la iglesia y en el empedrado del patio y que, si seguían reuniéndose por aquellos alrededores, lo destrozarían todo; invitaban finalmente a que les prohibieran el empleo de la iglesia e ir a aquel lugar. En la relación, enviada a la Alcaldía, se calificaba a don Bosco de jefe de una cuadrilla de golfos, holgazanes y alborotadores. La Alcaldía, algo resentida, mandó llamar a don Bosco y le preguntó si era verdad lo que se les había referido. El, tranquilo y sereno, respondió que no sabía nada y ((**It2.311**)) que creía injustas aque llas acusaciones; que se dignaran ir o enviar a alguien que pudiera comprobar la realidad; que él estaba seguro de que en la iglesia no había el menor daño. La Alcaldía mandó un perito; éste comprobó la falsedad de lo que habían afirmado los guardianes de los Molinos: iglesia, paredes, pavimento, todo lo encontró en su primigenio esta do. No había más que un rasguño en una pared, hecho por un mu chacho con la punta de un clavo. Por aquella nonada se armaba un alboroto, como si se tratara del fin del mundo y se invocaba la auto ridad del Municipio, como si fuera a hundirse la ciudad. -Acusado yo de promotor de revolucionese?, decía don Bosco sonriendo, al contar este hecho a sus amigos unos años después; íprecisamente yo, que tuve el mérito de impedir una revolución que hubiera hecho mucho ruido, una revolución de mujeres! Y describía a continuación un suceso graciosísimo que tuvo lugar por aquel tiempo en la plaza Manuel Filiberto. Forma esa plaza un grandísimo octógono regular, rodeado de edificios por todas partes. Es un mercado diario de toda suerte de mercancías. Allí se vende lino, cáñamo, seda, algodón, lana, telas, paños, calzados, sombreros; toda suerte de vestidos confeccionados; utensilios para la agricultura y herramientas; recipientes de metal, de vidrio y de barro de toda forma y tamaño; frutas del tiempo, frutas secas, legumbres, cereales, animales de caza, aves, pescado, comidas hechas... En fin, todo lo necesario para la vida. Dos amplias calles se cruzan en el centro y dividen al mercado en cuatro verdaderos barrios de tinglados, (**Es2.239**))
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