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((**Es2.237**) más mínimo la celebración de la misa en los días festivos, destinada a los empleados del Municipio y a los molineros. Don Bosco, considerándose como un instrumento simple y material de la empresa comenzada por María Santísima, miraba y miró siempre esta obra con tanta veneración, que el menor incidente era para él un acontecimiento que había que celebrar con una fiesta. También para los jóvenes era una novedad que les gustaba enormemente. Con actos parecidos y algunas canciones, ya había festejado la inauguración de la capilla del Hospitalito, e hizo lo mismo al llegar a los distintos lugares de las diversas emigraciones; al establecerse en Valdocco y en muchas otras circunstancias que él consideraba dignas de nota. En cada nuevo diálogo cambiaba de protagonista: unas veces era Gianduia 1, hablando en dialecto piamontés; otras un alemán, armando una algarabía con el italiano y las palabras alemanas o un tartamudo que, tartajeando, chapurreaba ((**It2.308**)) con dificultad las palabras; y así por el estilo. José Buzzetti conservó durante mucho tiempo estos diálogos, pero no se encontraron después de su muerte. A partir de aquel día memorable, todos los días festivos aparecía una turba de muchachos por la parte de la plaza Manuel Filiberto adonde se abría el portón de los Molinos. Pero, a pesar de las palabras de aliento de don Bosco y del teólogo Borel, es preciso confesar que a los chicos no les gustaba mucho aquel lugar. En la iglesia no podían hacer más que algunas prácticas de piedad: por razones parroquiales, no se podía celebrar una segunda misa, ni comulgar, elemento fundamental del Oratorio, ni realizar otras funciones religiosas. A la única misa, celebrada por el capellán, acudían tantos fieles que no era posible la entrada de los muchachos. Así que, por la mañana, se veían obligados a ir a alguna iglesia de Turín y practicar en otra parte sus devociones, con mucho estorbo y poco provecho. El espacio para jugar era incomodísimo: muchos tenían que hacerlo en la calle y en la plaza, delante de la iglesia, por donde pasaban a cada momento coches, carros y caballos que interrumpían sus juegos. Pero, como no tenían por el momento sitio mejor, se las arreglaban, a la espera de que el Cielo enviara otra solución. El número de jóvenes, entre chicos y grandes, llegaba casi a trescientos. Don Bosco ya no los llevaba para la bendición a la capilla de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, porque hubieran estorbado la reunión dominical de sus alumnos, ocupando ellos todo el sitio. 1 GIANDUIA: Yianduya, Juan de la Bota, era una máscara popular piamontesa. (N. del T.) (**Es2.237**))
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