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((**Es2.212**) si guarda su puesto, siempre colabora, y, en ocasiones eficazmente, hasta con un solo golpe intencionado o casual, a la victoria de todo el ejército. Así que, no dejaba escapar ocasión para dar un buen consejo, para oír a uno en confesión, para predicar, amonestar, tomar parte en la oración, considerando todos estos actos como obras de gran importancia. De este modo, no sólo no se enfriaba ni un instante en la prosecución de su misión con los muchachos, sino que continuaba dedicándose incansablemente a otras ocupaciones del sagrado ministerio. Tenía preocupación especial por los presos. Fue grande, sin duda, el número de conversiones que obtuvo por espacio de más de veinte años; pero él, que exaltaba siempre a don Cafasso, contando los milagros de su bondad entre los encarcelados, casi nunca habló del bien espiritual que él mismo procuraba a aquellos infelices. Sin embargo, nosotros hemos sabido muchas cosas por boca del teólogo Borel, que lo quería y veneraba como se quiere y venera a un santo; él nos informó de sus industrias ((**It2.274**)) para procurarse con prudencia ayudantes de entre los mismos presos, sinceramente convertidos y que por ser inteligentes, instruidos y de palabra fácil, eran capaces de imponerse a los más recalcitrantes y predisponer los ánimos con oportunas advertencias para escuchar y practicar la palabra del sacerdote. Eran éstos conocedores de todas las objeciones que presentaban sus compañeros de desventura contra la religión y las prácticas de piedad; sabían de sus blasfemias contra la divina Providencia y sus calumnias contra el clero... Don Bosco les preparaba, ora a uno, ora a otro, para dialogar con ellos públicamente, llegada la ocasión, para refutar sus disparates y meter sanos principios en sus ligeros cascos. Y así, cuando don Bosco sostenía sus pláticas familiares, o bien cuando estaba explicando el catecismo, he aquí que la voz del amigo preparado lo interrumpía, excitando la atención y la curiosidad de todos los del camaranchón. El amigo preguntaba, presentaba una objeción, y el sacerdote respondía; pero las preguntas y las respuestas estaban sazonadas con tal destreza, tales dichos populares, tales casos ridiculos y edificantes, que provocaban la risa; la verdad conmovía y persuadía, moviendo siempre a alguno a empezar una vida verdaderamente cristiana. De esta manera tuvo don Bosco el consuelo de ver a hombres, olvidados de Dios desde hacía muchos años, acercarse a los santos sacramentos con disposiciones capaces de animar hasta a personas adelantadas en la virtud. Y no solamente ganaba las almas con la oración y las santas industrias, (**Es2.212**))
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