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((**Es2.176**) Aborrecía la mentira, la doblez, la trampa indecorosa: sus actos, sus palabras eran siempre sinceras. Solía repetir el est, est y el non, non del Evangelio, con edificación de cuantos le trataban. Esta su sencillez le hacía afable con todos, sin acepción de personas; y era muy querido y respetado por todos hasta por su cortesía y la donosura de sus modales. Usaba siempre palabras y expresiones de gran caridad, jamás de adulación: cuando alababa a alguien, su alabanza era verdaderamente sincera. No conocía el respeto humano para sostener los derechos de Dios y de la Iglesia, y, aunque enemigo declarado del error, respetaba y amaba a los equivocados, de modo que aun estos estaban persuadidos de la sinceridad de su afecto y de que no los engañaba. Esta su sencillez tenía tal aspecto de bondad, que le atraía toda clase de personas, grandes y pequeñas, doctas e ignorantes. Pero no era candidez, ((**It2.222**)) pues se oponía a cuanto pudiera comprometer la conciencia o aun sólo desdecir de la dignidad sacerdotal de que estaba revestido. Sin embargo, los hombres superficiales y mundanos, al verle entregado por completo a los hijos del pueblo bajo, en vez de aspirar a una carrera honrosa y lucrativa, le tenían, sobre todo a los comienzos, por un visionario. <>. Esta observación explica muchas cosas respecto a don Bosco. Los fanáticos de novedades no se fijaron entonces en él, y lo juzgaron un hombre de escasa estima o, si se quiere, un pacífico filántropo. Así pudo don Bosco llevar adelante, poquito a poco, sus fundaciones para bien de la religión y de la patria, ganándose la estima y el apoyo de los que, sin prevenciones y con una brizna de cordura, conocieron a fondo la importancia de sus proyectos, fruto de su prudente previsión. En las aspiraciones que se despertaban en los pueblos, entendió que había que aprobar lo que tenían de bueno y moderar pacientemente lo mucho que tenían de malo. Vio que el torrente de la revolución crecía sin cesar y que, al fin, llegaría a ser tan devastador que echaría por tierra y revolvería cualquier obstáculo. Entendió que presentarle cara era humanamente imposible o exponerse a lograr el efecto contrario. Por eso, se puso en marcha junto a las márgenes de este torrente, cuidando, ante todo, de no dejarse arrastrar por sus aguas. Trató de sacar del torbellino a cuantos pudo de aquellos desgraciados que perecían en él; apartó a muchos de las orillas a las que confiadamente se acercaban; levantó diques en las cavidades donde (**Es2.176**))
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